Primavera …
Por Octavio Ferrero
La reflexión sobre el tiempo, sobre el origen, el trayecto, las paradas y el destino, es una constante en la historia del arte. Quizás exista en el último tercio de vida del ser humano un tiempo de reflexión alejado de premuras, de obligaciones innecesarias, de exigencias atendidas con instruida diligencia. Y digo quizás porque por edad aún no lo podría aseverar, pero lo intuyo.
También se intuye en Ricardo Bellveser (Valencia, 1948) una pasión sin fueros, en su persona y en su poesía, un ejercicio constante de estudio, de ponderación y análisis. Es esa pasión la que no hace más que constatar que lo suyo es sólo un síntoma de principios de estación, de primavera, la de la noche, es posible, pero nada más que eso, las primeras flores de un jardín aún por esperar y admirar.
Primavera de la noche (Calambur, 2016) es el título de su último poemario. En este bello juego entre la estación en la que todo renace y el ocaso, planea un mensaje positivo, es ‘(…) la estación en la que todo / comienza con la furia del inexperto / génesis (…)’.
La primera de las presentaciones que este libro tiene agendadas, tuvo lugar en el archivo municipal del pueblo de Ibi (24/3/17), al inicio de la primavera, rememorando parte de la de la infancia del autor.
Son importantes las presentaciones y el cara a cara cuando se habla de Ricardo. Creo no equivocarme al afirmar que para tridimensionar la obra de Bellveser hay que conocerlo en persona, hay que escucharle hablar, reírse con él, entablar amistad desde la butaca (consigue hacerlo) con el poeta extrovertido y simpático, elegante y docente. Sucumbir a esa sonrisa de niño travieso con la que acaba por darle volumen a sus poemas ‘(…) Se eleva el valor del soliloquio / y su ironía. Veo pasar la vida ante mis ojos / y me digo cosas sin pronunciar palabra. / Bromeo mientras sospecho tragedias (…)’.
Decía Bellveser que tiene suerte de tener los amigos que tiene. Sin duda. Firmo tener uno sólo en esta vida, sólo uno, como quien condujera el acto de presentación de su libro. Vive en el secreto del volumen el escultor Vicente Ferrero. No hay resumen más sentido ni más atinado, más correcto ni más inteligente que el que hizo el artista en un email dirigido al poeta al acabar de leer su libro, email que leyó durante la presentación, y que aquí se reproduce:
Querido Ricardo:
Acabo de leer tu libro. Me siento total y profundamente identificado. Pienso que nos une una insensata e inteligente a la vez, alegría de vivir.
Veo más en tus poemas invierno que primavera, más noche que día. Comparto todo lo que dices. Tenemos lógicamente mucho camino hecho, pero también mucho por hacer y nos queremos negar, porque así lo decidimos, ante cualquier evidencia, a no ser inconscientemente lúcidos.
Dices: “(…) pero el arte solo se alcanza si es técnica más misterio.”
¡Qué verdad! También la existencia.
… de la noche.
Por Mª José Alés
Y es ese lado trágico y oscuro del poemario lo que el escultor Vicente Ferrero desde la admiración y la amistad resalta, apuntando que en los versos, además de facetas de la personalidad del amigo que sólo intuía, como ya hemos leído, había encontrado bastante más invierno que primavera:
Esta primavera no es la vejez, ni la decrepitud,
ni la ancianidad, es algo mucho más sutil,
es el desasosiego, una forma de desconcierto
que adquiere la intuida sospecha del final.
Un desconcierto, un desasosiego que conduce a Bellveser a repasar su vida: infancia, adolescencia y juventud de una manera que, a las personas que hemos atravesado esas etapas, conmueve y maravilla porque, aun obviando la extraordinaria sensibilidad del poeta, es fácil percibir los olores que percibía el niño:
El olor a pan, a leña, a cuadra,
a hoguera, a cocido, a lecho revuelto,
a una niñez abortada por las órdenes,
la autoridad majadera, el silencio…
Regresar a los días del joven:
Días extensos en los que todo cabía
imperturbable, y nos reconocíamos
en el tacto, la mirada y la saliva.
Transitar por las complejidades del amor conyugal:
Son y ha sido tantos los años juntos,
que al despertar no sé dónde acaba ella
y su sueño y dónde yo y mi insomnio.
Al haberse celebrado en la misma semana, 21 de marzo, el Día Mundial de la Poesía, Ricardo Bellveser aprovecha y realiza un recorrido por los distintos movimientos poéticos españoles e hispanoamericanos desde la Edad Media hasta hoy. Con la prosa chispeante plagada de anécdotas que le caracteriza, concluye afirmando que la desafección hacia la poesía que existe actualmente se debe, en buena parte, a la dificultad para entenderla. Mi acuerdo es absoluto. No puedes hacer tuyos, sentir en tu interior mensajes que no entiendes. Ya no hablo de rimas, los poemas que contiene Primavera de la noche no se ajustan a esquemas métricos tradicionales, pero en ellos se enlazan las palabras, que nos son comprensibles, con una íntima música poética, una técnica: ‘(…) Pero el arte sólo se alcanza si es técnica más misterio (…)’, afirmación en la que el escultor coincide con el poeta, que nos eleva y nos emociona:
La experiencia no es lo que nos sucede,
sino lo que aprendemos de lo que nos sucede,
la experiencia es el rédito útil de lo vivido,
el provecho útil de haber hecho las cosas
y lo que éstas nos enseñan si sabernos mirarlas.
Saber mirar y saber esperar, porque aun cuando la primavera que ahora vive el poeta pudiera no ser larga, sólo fuese:
…el inicio de una nueva floración
que tiene postreros ecos,
que son algo así como el temblor
del tallo de la flor cuando siente
cercano el acero de las tijeras
que la poda.
La luz nos espera donde todo acaba…
Y es que Ricardo Bellveser mantiene una sospecha, como quizá la mantengan aquellos que han sentido en lo hondo los versos que contiene Primavera de la noche. También como yo misma, que he vivido en primera persona muchos de estos nostálgicos poemas:
Sospecho de la luz, de su existencia
quiero decir, aunque –soy sincero-,
la intuyo como si cuando llegue el ocaso
ella fuera a ser mi único camino de regreso.
Publicación : 28 de marzo de 2017