EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS

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Hace ya algunos años me recomendaron la obra que hoy traigo a Opticks. Como se trata de un hecho histórico y conocía el desenlace, aplacé su lectura hasta hoy. Lo hice para buscar repuestas. Todas ellas fueron tan descorazonadoras que empiezo a pensar que Lord Byron tenía razón cuando dijo aquello de “Cuanto más conozco a las personas más quiero a mi perro”. Los tres personajes principales de la obra en cuestión amaron a sus perros.

El libro se titula El hombre que amaba a los perros, la editó en el año 2009 Tusquets y es la obra maestra del escritor cubano Leonardo Padura.

El primer capítulo nos sitúa en La Habana en el entierro de la mujer de Iván, el narrador, que en páginas siguientes iniciará la historia que contó a Ana, su mujer, cuando ya estaba muy enferma, mientras malvivían “asediados por el hambre, los apagones, la devaluación de los salarios y la paralización del transporte, entre otros muchos males”.

Iván explica a Ana lo sucedido en los distintos encuentros que mantuvo con un hombre que paseaba en la playa con dos perros “borzois” (galgos rusos), por lo que le llamará “el hombre que amaba a los perros”.

En el siguiente capítulo, en tercera persona, se nos habla de Liev Davidovich (Trotski) deportado a Siberia junto con su esposa y su hijo por orden de Stalin.

En el capítulo tres se nos presenta a Ramón Mercader del Río, un joven catalán que en  1936 combate en la sierra de Guadarrama a los franquistas. Allí irá a buscarlo Caridad, su madre, que llega junto a su hermano pequeño Luis y un miembro del partido comunista para proponerle una importante misión que ha de desconocer hasta el final.

Los capítulos se van alternando protagonizados fundamentalmente por los tres personajes principales.

Así Iván habla del idealismo con el que acogió la revolución comunista en Cuba y sus decepciones posteriores, cuando las circunstancias que iba viviendo le convencieron de que las arengas grandilocuentes de aquellos días eran una falsa que abocaba a un fracaso absoluto, que se imponía la sumisión total y el miedo era el sentimiento mayoritario. “Sin miedo no se puede gobernar ni empujar a un país hacia el futuro”.

También Trotski fue en principio un idealista, aunque en su caso ese idealismo se llevó por delante a todos los que se oponían o podían oponerse a implantar la revolución que creía necesaria en Rusia para acabar con el dominio zarista. Ahora él es considerado un enemigo de esa revolución y Stalin se ha propuesto terminar, no sólo con su vida y la de  los suyos, sino también con su obra y todo lo que pueda recordar que existió alguna vez. Es el fin siniestro de las utopías.

Iván tiene enormes dificultades para encontrar en La Habana a escondidas algún libro que hable de Trostki.

Lo curioso es que a Ramón Mercader también le impulsa a actuar, junto a la influencia de su madre y el amor que siente por una compañera comunista como él, la creencia de que el comunismo era la mejor causa por la que luchar, en un tiempo en el que el nacionalsocialismo y el fascismo avanzan por Europa.

Luego están los métodos que unos y otros utilizan para llevar a cabo sus propósitos. Destaca por su fría crueldad Stalin, un sádico dispuesto a todo para conservar el poder absoluto, un ser abyecto capaz de fraguar las más terribles venganzas hacia aquellos que alguna vez le criticaron o le llevaron la contraria. A Trotski no le da tregua. Tras Siberia ha de irse a Turquia, después Noruega, Francia y finalmente Méjico. En todos los países los comunistas organizan protestas y hacen que su vida familiar y la de sus seguidores sea cada vez más difícil.

Mientras tanto, a Ramón Mercader le van preparando, para esa misión que desconoce, física y psicológicamente, en un proceso de despersonalización merced al que le adjudican distintas identidades y hacen que desaparezca de su ánimo cualquier atisbo de compasión.

“El hombre es relegable, sustituible. El individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma la masa, que sí es real. Pero el hombre en cuanto individuo no es sagrado y, por tanto, prescindible”.

Sabemos cuál es el final de esta historia, pero la forma como Leonardo Padura nos ha presentado a sus protagonistas, los principales y otros muchos, valiéndose de su genio creador y de una documentación exhaustiva hace de este libro una obra de arte

 

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