Vuelvo de la biblioteca con el último libro escrito por Paul Auster y publicado en España por la editorial Seix Barral el mismo año en el que murió, 2024; se titula Baumgartner.
Por lo que podemos suponer, si atendemos a las fechas, el autor norteamericano, Premio Príncipe de Asturias 2006, debió escribir este libro aquejado del cáncer del que ya no se recuperaría. Sin embargo, no se trata en absoluto de una obra pesimista ni presenta aspectos que hagan pensar en una persona que está viviendo su etapa postrera, al contrario, Baumgartner es un profesor de filosofía de 70, “célebre autor de nueve libros y numerosas obras breves sobre cuestiones filosóficas, estéticas y políticas, apreciado miembro del profesorado de Princeton durante los últimos treinta y cuatro años… que no cree en nada salvo en la obligación de formular preguntas aceptables sobre el significado de estar vivo, aunque sepa que nunca será capaz de encontrar respuesta”.
Los párrafos anteriores indican cuál es el tono general del libro que se inicia con un narrador omnisciente que explica lo que le ocurre al profesor en su casa a lo largo de un día bastante accidentado. El azar, tan querido por Auster, como organizador de la vida de cada ser humano, no da aquí pie para adentrarnos en nada extraordinario o sorprendente.
Quizá lo más extraordinario sea el hecho de que por fin Baumgartner, a los casi diez años de la muerte de su esposa Anna, decida enfrentarse al dolor de esa pérdida porque “vivir es sentir dolor, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir”.
Así que determina, después de tanto tiempo transcurrido, repasar los papeles dejados por Anna, poeta y traductora, trascribe escritos que ella dejó y los alterna con sus propias reflexiones que le conducen a recordar múltiples aspectos de su propia vida: abuelos (en los que aparece el apellido Auster, al igual que en otros libros del autor), padres, infancia, adolescencia, estudios, encuentro con la joven, posterior matrimonio y feliz convivencia fundada en el amor y el respeto por las actividades literarias de cada uno.
A lo largo de todo el libro ocupa un lugar destacado la muerte de Anna y lo que supuso para él, por lo mucho que la quería. Es curioso el pasaje en el que cree escuchar la voz de su esposa a través de un antiguo teléfono sin línea. Ella le explica cómo es el lugar en el que se encuentra, añadiendo ”que los vivos y los muertos están conectados, y el hecho de que ambos estuvieran tan unidos en vida puede continuar incluso en la muerte, porque si uno muere antes que el otro, el vivo puede mantener al muerto en una especie de limbo temporal entre la vida y la no vida, pero cuando el vivo muere a su vez, todo acaba y la conciencia del muerto se extingue para siempre”.
Pese a lo que pueda parecer, en todos los recuerdos y las vivencias que analiza el profesor, siempre con un fondo filosófico y literario, hay poco negativo. Cuando lo hay, como en el caso del carácter del padre, está suavizado por una anécdota o una actitud en la que predomina la ternura, el cariño, es decir, lo positivo.
Incluso las alusiones a las carencias asociadas a la vejez, no se presentan como males, sino como cuestiones que hay que aceptar, porque son comunes a todos los seres que llegan a esa etapa.
En resumen, como en el resto de las obras que he leído de Paul Auster, en Baumgartner encontramos lo que él llama sus “obsesiones”. Junto al azar, la búsqueda del sentido de la propia existencia, el amor a la literatura, la contraposición entre lo ordinario y lo extraordinario, las relaciones entre padres e hijos y en este caso, de manera sobresaliente, el amor a la esposa y el desconcierto que produce su pérdida. Todo ello explicado de tal modo, que hace pensar más en Brooklyn Follies que en cualquier otra de sus numerosa obras