PYONGYANG

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De nuevo traigo a Opticks un álbum ilustrado que recoge una realidad execrable, su título es Pyongyang, su autor Guy Delisle y fue publicado en el año 2013 por Astiberri Ediciones.

Guy Delisle, experto en animación y con numerosas obras traducidas a varios idiomas, viaja a la capital de Corea del Norte atraído por los bajos precios que ofrecen los estudios de animación de dicho país, que ha desbancado en el sector a China. Consciente de lo que va a encontrar a su llegada, lleva en el equipaje el libro 1984 de George Orwell, pero lo que encuentra supera con creces lo imaginado por el escritor nacido en la India.

A su llegada, le requisan el móvil que le devolverán cuando termine su trabajo y regrese. Dos personas, un intérprete y un chófer, se convierten en sus continuos acompañantes; uno de ellos le entrega un ramo de flores que habrá de colocar en uno de los innumerables monumentos al presidente eterno o líder supremo Kim Il-sung (1912-1994) creador de la ideología juche (autosuficiencia) que continuó imponiendo tras su muerte su hijo Kim Jon-il.

La presencia de ambos dirigentes en estatuas y murales resulta opresiva y amenazadora, en una ciudad en la que escasea la luz eléctrica, los pocos viandantes caminan por las calles como autómatas vestidos de forma parecida, no se ven niños ni viejos y ningún minusválido; a su pregunta sobre esta ausencia de personas con problemas de movilidad, el intérprete le explica que Corea del Norte es una nación muy homogénea y todos los norcoreanos nacen fuertes, inteligentes y saludables.

La única información que se recibe del exterior es la proporcionada por el Gobierno, que vive tras los muros de un auténtico bunker prohibido para cualquier visitante que no esté autorizado. Bunker del que se ven salir de vez en cuando automóviles de alta gama.

Los técnicos como Guy Deliste y otros extranjeros que visitan Pyongyang por negocios, se alojan en hoteles reservados para ellos con escasas comodidades y mala comida, que mejora cuando llega al hotel una delegación gubernamental del exterior.

Las ONG que trabajan en el territorio han de someterse a las directrices oficiales fijadas por las autoridades que se aprovechan de su trabajo para hacerse propaganda. Tanto es así, que algunas ONG importantes como Médicos del Mundo y Médicos Sin Fronteras no quisieron someterse a dichas directrices y se marcharon, ya que la ayuda que prestaban a los ciudadanos debía otorgarse a cada uno en función de su fidelidad y utilidad al régimen.

Esta enorme prisión al aire libre, aunque existen también prisiones tenebrosas en lugares recónditos, se apoya en la propaganda de una manera que a un occidental como Guy Delisle le parece cómica, si no se conociese lo que hay detrás de esa propaganda.

Por ejemplo, es obligatorio visitar el Palacio de las Amistades en el que las numerosas salas están repletas de los dos mil seiscientos sesenta y ocho regalos que han llegado de todo el mundo para el líder supremo y su hijo. Desde instrumentos de trabajo, monedas, animales disecados, útiles de casa, etc. a televisores y automóviles de los países de la antigua URSS, en un batiburrillo sorprendente que, por supuesto, no responde a ninguna realidad objetiva. La visita termina con el homenaje que todos los visitantes han de hacerle a una estatua de cera a tamaño natural del líder supremo, lo que hacen con temor reverente y hasta con lágrimas en los ojos.

Otra visita obligada es a un barco espía americano que dicen haber arrebatado a los “enemigos del pueblo” causantes de todos los males de Corea del Norte y similares. Visita que se completa con la realizada al llamado Museo del Imperialismo, en el que están expuestas en multitud de láminas las aberraciones cometidas por los “imperialistas”.

Y hay más visitas y más propaganda y más proezas atribuidas a Kim Il-sung, como que durante sus estudios universitarios habría publicado no menos de 1200 obras, entre ellas varios tratados militares especializados, que nació en el monte más alto de Corea bajo un doble arco iris y una estrella brillante, que nada es imposible para su cerebro, cuya perfección se representa bajo la forma de una flor roja, la Kimjongilia, que aparece dibujada por todas partes.

Como aparecen las máximas y eslóganes que dedica a su pueblo y los discursos y las películas que creó y promocionó para unas gentes a las que se obliga a realizar el llamado trabajo llamado “voluntario” sin retribución ninguna y a estar de continuo militarizada.

Todo eso unido al hambre y miseria de los campesinos (que intentan paliar las ONG autorizadas, aún sabiendo a lo que se exponen), y que los extranjeros no pueden ver y mucho menos fotografiar porque todos los posibles itinerarios están marcados y controlados de antemano por el cuarto ejército más poderoso del mundo.

En resumen, con una mirada socarrona pero también preñada de tristeza, Guy Delisle nos conduce en Pyongyang, con sus impactantes dibujos y sus muchas veces irónicos textos, a un extraño universo en el que la realidad oficial desafía la lógica, en una ciudad deshumanizada por una ideología paranoica.

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