Un puente sobre el Drina

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A raíz del último libro que acabo de leer, Un puente sobre el Drina del escritor yugoslavo Ivo Andric, publicado por la editorial Debolsillo, habló con uno de mis hijos sobre puentes. Me dice que aún recuerda lo relacionado con el puente sobre el Danubio que mandó construir el emperador Trajano, y que describe Santiago Posteguillo en su novela Circo Máximo.

Le explico que tengo la seguridad de que, tras la lectura de este libro, que le aconsejo, tampoco podrá olvidar el puente que se describe en él. Primero, por la forma de escribir de Ivo Andric, es un placer leerlo. Segundo, porque en su novela el puente es el principal protagonista. Tercero, porque el puente construido sobre el Danubio desapareció casi en su totalidad y el construido sobre el Drina ha sido restaurado y es Patrimonio de la Humanidad desde el año 2007.

Ivo Andic inicia su novela describiendo el río a su paso por la Kasaba (ciudad) de Visegrad y el puente como “el único paso estable y seguro en todo el curso medio y alto del Drina, un eslabón indispensable en el camino que une Bosnia con Serbia y, más allá, a través de Serbia, con el resto de las provincias del imperio turco hasta Estambul.

La historia de la construcción del puente y del caravasar en el que se alojan viajeros y caballerías, además de la descripción técnica y arquitectónica del hecho en sí, contiene leyendas propias de Las mil y una noches, escenas de violencia extrema, supersticiones, venganzas y actos heroicos.

El puente sobre el Drina fue construido entre 1571 y 1577 por el arquitecto imperial otomano Sinan, siguiendo las órdenes del Gran Visir Mehmed Pasa Sokolovic. El Visir era de origen bosnio y, según una práctica habitual en el Imperio Otomano, fue reclutado a la fuerza junto con otros niños de su zona para convertirlos en soldados. El niño arrebatado a sus padres demostró gran inteligencia y valor, hasta alcanzar por sus méritos la categoría de Visir; pero nunca olvidó su paso traumático por el río. De ese antiguo trauma no curado surgió, ya anciano, el deseo de construir un puente que uniese el mundo occidental del que él procedía con el islámico al que fue llevado.

De ahí en adelante, desde 1571 a 1914, la historia del puente corre pareja a la de Visegrad y sus gentes: cristianos y musulmanes, serbios, turcos y judíos con sus correspondientes líderes religiosos, sus tradiciones, costumbres y distintas formas de vida que en un primer momento parecen convivir en armonía. Es un ejemplo “la gran inundación” donde todos colaboran para salvar a sus conciudadanos y rescatar lo poco que permiten las indómitas aguas del río.

Resulta fascinante el recorrido histórico que nos permite realizar esta novela a lo largo de cinco siglos; los conocimientos que demuestra el autor en dicho recorrido y su capacidad para hacer partícipes y muchas veces responsables de esa historia a los personajes que van apareciendo en el relato: los niños que juegan en la “kapija” y cuentan temerosos leyendas de hadas, aparecidos y ajusticiados; los viejos que ven pasar los días lentamente desde ese mismo acogedor lugar; los jóvenes que cambian con los tiempos y hablan de orgullo nacional, política y justicia; las mujeres, los comerciantes del bazar, los militares, los recién llegados de uno y otro oficio, los ricos y los pobres, los pacíficos y los exaltados.

El control sobre el puente y la kasaba, que origina enfrentamientos violentos entre turcos y austriacos, trae consigo una paulatina modificación de las formas de vida de las gentes del pueblo, que pasan de vivir una existencia sosegada cuando terminan los enfrentamientos, a tener que aceptar los avances que conlleva el progreso aportado por los vencedores: ordenación urbana, alumbrado, red hidráulica, nuevas monedas, incipiente capitalismo y hasta ferrocarril que permite llegar a Sarajevo en pocas horas y que los jóvenes estudien en academias y universidades, introduciendo en la población ideas renovadas y revolucionarias que alteran por completo el viejo orden.

Junto al marco histórico que invita a la reflexión sobre muchas cuestiones, entre ellas el porqué de los conflictos que afectaron y afectan a esa zona del mundo, está el retrato físico y psicológico, no exento de ternura, que realiza Ivo Andric de los vecinos de Visegrad que elige como protagonistas: el Gran Visir y su herida interior; el cruel Abid Agá, comandante de la guardia que controla al principio la construcción con enorme dureza y tiene un mal final; Arif Bey, nuevo encargado de costumbres aristocráticas, severidad imperceptible y rara honradez, que culminó con éxito el proyecto; Fata, la bella y elocuente hija de Avdan Aga, a la que en la Kasava se cantaban canciones; el comerciante Ali Hodja, fiel en todo momento a sus principios; el maestro Husein Agá, el mulá Ibrahim, el pope Nikola y el rabino David Levi, “fuerzas vivas” de la Kasaba; el turco Semsi Bey que no acepta los cambios que el progreso provoca entre los suyos;  la afanosa y servicial Lotika, judía que gestiona el hotel; el italiano Pietro Sola, contratista, albañil y pintor, asustadizo y pusilánime, casado con la temperamental Stana; Sarko el tuerto que atrae las burlas de los jóvenes; Janko Stikovic, estudiante del que está enamorada la maestra Zorka y Nikola Glasincanin, enamorado de la maestra a su vez, que discuten y profundizan sobre cuestiones que atañen a ambos.

Son cientos de personajes en las quinientas páginas de un libro que puede calificarse de perfecto, que fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial y dado a conocer en 1945 por Ivo Andric, el único escritor yugoslavo que ha conseguido el Premio Nobel y para el que la vida, según la filosofía inconsciente de la Kasaba en la que vivió, «es un prodigio incomprensible porque se gasta y derrocha sin cesar y, sin embargo, dura y perdura firmemente al igual que el puente sobre el Drina».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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