Miro hacia atrás y reconozco con satisfacción que, a lo largo de toda mi vida, los libros han desempeñado un papel determinante.
La primera novela que leí con nueve años en casa de mi hermano fue La cabaña del Tío Tom, escrita por la abolicionista norteamericana Harriet Beecher Stowe. No sé si la entendería entonces, hace tiempo de eso, pero debió de impresionarme mucho, ya que viene de antiguo la idea de estudiar Pedagogía y convertirme en adalid de los marginados.
Luego te quedas a medio camino, o al inicio, la realidad manda sobre los sueños.
Aun así, sigo confiando en la fuerza liberadora de la cultura. a los esclavos les impedían aprender a leer; les mataban por ello.
Es cierto que las ideologías totalitarias han basado gran parte de su propaganda en la necesidad de educar a la población.
La educación soviética de Octavi Fullat, una de las obras de pedagogía que guardo desde el año 1972 en que fue publicada en España, analiza los diferentes sistemas educativos que buscaron transformar la sociedad producto del zarismo. Desde la magnificación del trabajo colectivo, que convierten en fuerza liberadora; la no presencia de la religión, opio del pueblo o la valoración de las enseñanzas técnicas por encima de las humanísticas, hasta la idea del hombre nuevo, la praxis revolucionaria, etc. Con base más doctrinal y manipuladora, podíamos citar el Libro Rojo de Mao o la Formación del Espíritu Nacional franquista.
En ocasiones pienso que también el nefasto sistema educativo que padecemos lo diseñó un astuto Gran Hermano orwelliano, con el propósito de idiotizar al mayor número posible de personas.
Si a esto añadimos la influencia de unos medios de comunicación manipulados y manipuladores, del poder de Internet sobre los niños y los jóvenes, del fútbol como deporte millonario de masas y, si algo nos faltaba, la aparición de la cultura Woke que pretende tener el monopolio de la verdad, la justicia y el bien, los resultados, previsibles, traen consigo el fácil manejo de millones de hombres y mujeres.
Hombres y mujeres que se quedaron en el vacío al desaparecer los grandes relatos religiosos o políticos que sustentaban su existencia. De hecho, la época que vivimos se define por su desconfianza hacia los grandes relatos.
Sin embargo, sabemos que la naturaleza aborrece el vacío. Era preciso encontrar respuestas a las preguntas que, generación tras generación, nos preocupan a los seres humanos: ¿Qué hacemos aquí? ¿De dónde venimos’ ¿A dónde vamos?¿Qué sentido tiene nuestra existencia?
Así que, si los grandes relatos no servían ya para encontrar respuestas, era preciso inventar otros nuevos, cada vez más feroces, para azuzar el enfrentamiento entre los posibles discrepantes.
Todo esto lo explica con multitud de ejemplos y detalladamente el periodista inglés Douglas Murray en su libro, editado por Península, La masa enfurecida.
Pero, a pesar de todo, a pesar de los que planearon un futuro atado y bien atado y de los que planean atarlo ahora, la historia nos demuestra que las capacidades de los seres humanos, la inteligencia, el genio, la creación, el ansia de ser libre, de llegar más allá, de superar barreras es superior a toda ideología.
Atrás quedó La educación soviética, La Revolución Cultural china, la Formación del espíritu nacional franquista y la LOGSE. Esperemos que también queden atrás, muy atrás, la cultura de la cancelación y la LOMLOE.
Lo aventuraba Octavi Fullat, al concluir su libro, con esta reflexión sobre los jóvenes: «Los gritos y desgarros, a veces incoherentes, de no poca juventud son protestas del hombre contra los poderes mostrencos que quieren acabar con él».
Miro a mi alrededor. Hay esperanza.