Vuelvo a leer la reseña que hice de Dublinesca, el primer libro que leí de Enrique Vila-Matas en marzo del año 2011 por recomendación de mi amigo Manolo, gran admirador del autor catalán.
Después vinieron otros, sin embargo, me resulta curioso que, tratándose de mi primera aproximación a ese escritor, podría repetir en el libro de hoy, Montevideo que edita Seix Barral, opiniones idénticas a las de entonces.
Enrique Vila-Matas ama profundamente la literatura, lo que se refleja en todas sus obras repletas de citas, autores y anécdotas relacionadas con esta disciplina.
Lo escribí entonces y lo escribo ahora porque Montevideo es, sobre todo, una muestra de amor a la literatura por parte de alguien que la conoce en profundidad.
Una amuestra de amor en la persona esta vez de un escritor, alter ego del autor, al que se le han acabado las historias que podrían originar un libro; le ha abandonado la inspiración, el “soplo divino” que le acompañó un tiempo.
Con esa idea central, el bloqueo del personaje central, la obra, mezcla de ensayo y novela, va desarrollándose en diversos escenarios: París, Barcelona, Cascais, Bogotá y, sobre todo, Montevideo, a donde el protagonista de la narración se traslada como invitado para dar una conferencia al poco tiempo de morir su padre. Lo primero que pensé, tras aceptar la invitación, fue en una puerta ciega que había detrás de un armario en el cuarto de hotel en el que Cortázar situó “La puerta condenada”.
Lo curioso es que Bioy Casares escribió un relato que se desarrolla también en un hotel de Montevideo y aparece una puerta condenada. Bioy Casares lo explica así: “Sobre Cortázar le voy a contar que estando él en Francia y yo en Buenos Aires, escribimos un cuento idéntico”.
Lo cierto es que en bastantes capítulos de Montevideo aparecen puertas y la curiosidad de saber qué se esconde tras ellas.
Una curiosidad que lleva al protagonista a alojarse en el hotel citado por Cortázar, el Cervantes, que ahora se llama Esplendor, pedir la habitación de la puerta condenada, la 205, y buscar en ella lo que inspiró al autor argentino para escribir su misterioso cuento.
Pero además de citar ampliamente a Cortázar, Montevideo es un libro en el que las coincidencias, la magia, lo esotérico, lo imprevisible, lo ficticio, lo soñado y lo real aparecen mediante citas y textos de multitud de autores tan diversos como Laurence Sterne, Thomas Wolfw, Tabucci, Mallarmé, Kafka, Borges, Onetti, Robert Walser, Valle-Inclán o Lovecraft entre muchos.
Textos y citas al servicio siempre del hecho de escribir: ¿Por qué se escribe? ¿De dónde surge la inspiración y qué la hace surgir? ¿Qué busca el escritor al escribir un libro? ¿Dónde termina la ficción y empieza la autoficción? ¿El subconsciente de un escritor es en verdad fantasmagórico? Entre tantas voces distintas ¿cómo se puede encontrar la propia?
Vila-Matas reproduce a veces las reflexiones de otros escritores. Por ejemplo, Roberto Bolaño: “El oficio de escritor es un oficio bastante miserable, pero es que, además, está poblado de tontos, que no se dan cuenta de la fragilidad inmensa, de lo efímero que es”, Rafael Sánchez Ferlosio: ¨El argumento quedó parado y sobrevino la felicidad”. Leonardo Sciascia: “Los hechos de la vida siempre se vuelven más complejos y oscuros, más ambiguos y equívocos, o sea, tal y como verdaderamente son, cuando uno los escribe”.
Son tantos los matices a comentar en las 300 páginas de Montevideo, tan denso, filosófico y hasta humorístico el análisis sobre el oficio de escribir que realiza en este libro Enrique Vila-Matas, que voy a terminar la reseña con una frase que, a mi parecer, no admite réplica y que el escritor bloqueado atribuye a su padre: “La inteligencia sirve para encontrar el orificio, el ojo, el agujero, el hueco, por mínimo que éste sea, que nos permita escapar de aquello que nos tiene atrapados”.