UNA HISTORIA RIDÍCULA

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Si afirmé refiriéndome a la Señora March de Virginia Feito que era una novela inquietante, por motivos distintos debo decir lo mismo de Una historia ridícula, el último libro de Luis Landero que acaba de publicar la editorial Tusquets.

El adjetivo inquietante lo aplico aquí porque el autor, a través de Marcial Pérez Armel, protagonista y relator de la historia que escribe por consejo del Doctor Gómez, que intuimos puede ser el siquiatra que lo atiende, realiza un escáner tan completo de la condición humana, hay que decir que en su versión más cercana a lo psicopatológico, que en ocasiones, obliga al lector a detenerse en la lectura y preguntarse si alguna vez no han acudido a su cabeza los pensamientos que con tanta seguridad en sí mismo expresa Marcial.

Marcial es jefe de planta en una empresa de productos cárnicos. Hijo único, con una infancia bastante oscura que deplora, no ha cursado estudios superiores, paro se ha preocupado de forjarse un amplio léxico y una cultura extensa y variada, así como de hacerse con una visión del mundo trágica y trascendente de la que se siente muy orgulloso.

Esa visión, al igual que una particular filosofía de la vida, las irá exponiendo con ayuda de largas disertaciones, ejemplos y vivencias que remata muchas veces con un “Repito” para dar más rotundidad a su afirmación. Repito: yo nunca hablo en vano.

En una degustación de vinos y productos cárnicos extremeños (Luis Landero nació en Extremadura, de ahí las alusiones a su tierra), Marcial conoce a una joven que se presenta como Pepita. La joven, elegante y guapa, es estudiosa de arte y pertenece a una familia culta y adinerada. Marcial se enamora enseguida de ella porque personifica todo aquello de lo que el carece y siempre ha envidiado.

Llevado por el buen concepto que tiene de sí mismo, se propone conquistar a la chica desplegando lo que considera sus cualidades: oratoria, gestos, anécdotas curiosas extraídas de los libros o de Internet, descripciones truculentas de su trabajo en el matadero y otros recursos propios de un ególatra, aunque justifica ese comportamiento: En el amor, todas las trampas son válidas para conquistar a la amada, y también la impostura. Al fin y al cabo, todos fingimos ser mejores y más atractivos de lo que de verdad somos.

Pese al despliegue, Marcial tiene dudas de si en realidad encaja en el ambiente refinado de la chica y de si podrá ser aceptado en él o no. Esto te puede valer con la gente de medio pelo con la que acostumbras a tratar, pero de ningún modo con la familia de Pepita, donde todos, también sus posibles pretendientes, tienen carrera y mucho mundo y una alta posición social, y no tardarán en descubrir la baja estofa de tu condición.

La dudosa aceptación se pone a prueba cuando la joven lo invita a participar en una de las tertulias literarias que ofrecen sus padres en el chalet familiar a un grupo de escogidos amigos.

Durante la reunión, Marcial pone fin a la historia, que culmina con una nueva y extensa disertación y un suceso trágico e inesperado.

Una historia ridícula contiene a mi parecer tres muestras del buen hacer de Luis Landero como el extraordinario escritor que es. Primero, el extenso monólogo del protagonista en el que se disecciona a sí mismo arribando a zonas alteradas de la psique, que son las que provocan inquietud y repulsa, pese a los detalles de pretendido humor que aparecen en muchas páginas.

Segundo, su enorme habilidad como cuentista en la narración del cuento “La pequeña fauna” que Marcial escribió en el colegio y que ahora ha completado para que lo lean Pepita y sus amigos.

Tercero, la disertación final “Asalto a la casa de la mujer amada”, en la que Marcial demuestra su alma de filósofo y su talento innato de orador.

De todas formas, y reconociendo todo lo que hay valioso en este libro, me siento más cercana al Luis Landero de El balcón en invierno y de El huerto de Emerson que al de esta historia pretendidamente ridícula.

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