El libro que hoy traigo a Opticks lo editó en febrero de este año la editorial Destino, se titula Amigo y es la segunda novela de Ana Merino, que recibió por su primera obra, El mapa de los afectos, el Premio Nadal en 2020.
Ana Merino hace coincidir en Amigo dos historias distintas en las que la amistad es una señal distintiva.
La primera historia, ficticia, tiene como protagonista a Inés Sánchez Cruz, una poeta mejicana de mediana edad, profesora de Escritura Creativa en Estados Unidos, que viene a España a impartir un taller de poesía y se aloja en Madrid en la Residencia de Estudiantes.
Inés se había alojado en ese lugar durante el curso 1993-1994, cuando recibió una beca para terminar la tesis doctoral que estaba realizando en la Universidad Complutense sobre la Edad de Plata, periodo del siglo XX español en el que coincidieron la generación del 98, la del 14 y la del 27.
La mujer evoca con nostalgia y cariño aquellos días de su juventud, en especial a Agapito Lusoz Pescader, un joven escritor con el que coincidió en la Residencia y pronto se convirtió en su amigo. Con Agapito descubrió la poesía de Borges, disfrutó de todo lo que puede ofrecer la ciudad de Madrid y compartió ilusiones y proyectos.
Tan amigos se hicieron los dos jóvenes que, años más tarde, ella le ayudó a incorporarse en Estados Unidos a su misma universidad; constatando al poco tiempo horrorizada que el Agapito que conocía, que ahora se hace llamar Lusoz, se ha convertido en otra persona, un ser envidioso y maquiavélico en busca sólo de su propio beneficio.
Una serie de acontecimientos asociados a la universidad y a Lusoz, hacen que Inés llegue a Madrid angustiada y hasta traumatizada. El hecho de alojarse en la Residencia de Estudiantes como antaño, le hace recordar con tristeza al amigo que considera perdido.
La segunda historia se la proporciona a Inés desde Méjico su hermano Sergio. Le pide se ponga en contacto con la hermana de un amigo que está en Madrid; los padres de ambos han muerto en un accidente y la joven ha llegado a la capital para hacerse cargo del archivo familiar que contiene, entre otros documentos, la correspondencia entre Federico García Lorca y Joaquín Amigo guardada por Rosario, su mujer, embarazada cuando él murió.
Esta segunda historia está basada en un hecho real: la propuesta que le hacen a Ana Merino para inventariar los archivos de Joaquín Amigo que conservaba su nieta María en Madrid.
Joaquín Amigo Aguado, escritor y catedrático de Literatura de la Generación del 27, fue miembro de la tertulia El Rinconcillo y uno de los redactores de la revista granadina Gallo, impulsada por García Lorca y Salvador Dalí.
Joaquín y Federico eran amigos desde la adolescencia y fueron asesinados en agosto de 1936 con una diferencia de nueve días. Federico, fusilado por los nacionales el 18 en el camino de Víznar, y Joaquín, arrojado por los republicanos por el Puente Nuevo de Ronda el 27. Ninguno de los cadáveres se ha recuperado.
El estudio de los archivos de Joaquín Amigo proporciona a Ana Merino el impulso necesario para escribir Amigo y trasladarnos numerosos detalles de su investigación, en la que aparecen, además de los dos protagonistas citados, Luis Rosales, que conoció a Federico por medio de Joaquín, Salvador Dalí, Félix Grande, Francisca Aguirre y José Bergamín entre otros escritores, instituciones y documentos.
En la parte ficticia del relato, al elegir Ana Merino para su protagonista la nacionalidad mejicana, se alude también a la historia de ese país y a diversos creadores hispanoamericanos.
El libro está muy bien documentado, aporta datos históricos y literarios interesantes, tiene un final sorprendente y me ha permitido descubrir a un hombre bueno en el que Federico confiaba y que era, además de su amigo, su consejero y confidente.
Luis Rosales le recuerda con un poema del que Ana Merino ha copiado un fragmento:
Y yo quisiera describirlo con aquel pelo fulvo, enmarañado y sortijón,
la cabeza rampante,
la nariz de tabique,
y aquel desmadre suyo de encontrarle sentido a todo,
(pues tenía don de intimidad,
y a veces parecía que te hablaba por dentro,
despacio, muy despacio,
con un arrancamiento de vida tan profundo,
que sólo podía hablar vendando sus palabras.
No olvidaré a Joaquín.