ESCRIBIR Y CALLAR

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¡Cómo me hubiese gustado comentar el libro que hoy traigo a Opticks con Manolo y con Kiko! A ellos va dedicada esta reseña por las muchas veces que hablamos de Literatura, así, con mayúscula, exponiendo el uno o el otro las características que debía tener un libro para ser considerado como tal. Ellos vituperaban los best seller que yo solía defender, alegando, sin convencerlos, que algunos estaban bien escritos.
Defendían que las historias para ser buenas debían ser tristes, “El optimista no es más que un pesimista mal informado”, decía Manolo. Que un escritor nunca podría alcanzar la eminencia si antes no había sido un gran lector. Que la mayor parte de los escritores de novela, primero cultivaron la poesía. Que los políticos no leen y la mayor parte de la gente, tampoco. Que ahora cualquiera puede escribir un libro y publicarlo, se publican a miles. Que las editoriales no se preocupan por la calidad, sino por las ventas, etc.
Cuántas horas fecundas hablando sobre libros, cuántas obras y autores geniales que descubrí por ellos, cuántos recuerdos de lecturas pasadas. Los tres coincidíamos que éramos, en gran parte, producto de los libros que habíamos leído.
Ha sido grato encontrar a una persona que reconoce, igual que lo hicimos nosotros, la influencia que los libros han tenido en su vida; y que, además, sabe comunicarlo de este modo: La literatura me ha enseñado a vivir y a morir. A hacer la guerra y a perderla. A amar y a desamar. A comprender que la mente humana está hecha de una sustancia asombrosa formada de palabras, música, secretos y silencios.
Es Nuria Amat la que se expresa así, en un breve volumen publicado por Siruela que recoge dos conferencias magistrales de esta autora. La primera se titula Entre guerras: escribir en tiempos confusos; la segunda lleva por título Escribir y callar.
En la primera de dichas conferencias, Nuria Amat, apoyándose en autores como George Steiner o Samuel Beckett, a los que conoció personalmente, y en otros a los que también admira: Kundera, Kafka, Borges, Virginia Wolf, Dickinson, Faulkner, Proust, Rulfo, Natalia Ginzburg…, enumera las cualidades que ha de tener la Literatura para ser calificada de “buena”. La buena literatura sorprende misteriosamente. Pone melancólico. Ayuda a aprender a pensar. A tentar a Dios y a imaginar su muerte. La buena literatura enajena el alma, inhabilita el saber, oscurece la felicidad, alivia el dolor. Humaniza.
Luego va analizando, a la luz de los autores que admira y según su propia experiencia, esas características de la Literatura que fueron tantas veces el objeto central de las conversaciones que mantuve con Manolo y con Kiko.
Literatura que llega al alma de las cosas: “Siempre me he esforzado por llegar al alma de las cosas”, decía Flaubert. Literatura en la que se emplea la palabra para testimoniar el comportamiento del mundo, el compromiso con el arte y con el pensamiento de la época. Literatura que hace pensar, que ayuda a pensar. “No estamos hechos para vivir como brutos, sino para seguir la virtud y el conocimiento donde quiera que nos lleven, al coste personal o social que sea”, defendía Steiner. Escribir consiste en poner la felicidad en entredicho, dice Nuria Amat.
La felicidad es idiota porque es artificial. Finge que le gusta el arte y organiza exposiciones de pan y mantequilla como obras artísticas. Cuando finge que lee, tampoco lee. La felicidad es opaca al pensamiento. Rechaza el mundo subjetivo. Elimina palabras como saber y poesía de su gramática de la inconsciencia dogmática. Coloca una venda al dolor. Suspende conceptos. Y lo más grava: defiende su guerra personal contra el bien del otro. No repara en el otro. Lo aniquila.
En la segunda conferencia, Nuria Amat comparte con el auditorio lo que supone para ella escribir. Cómo llegó a hacerse escritora. El camino que tuvo que recorrer hasta lograr un lenguaje propio. Todo lo que, en la consecución de ese lenguaje, les debe a las literaturas hispanoamericanas, a los poetas místicos, a la literatura del Siglo de Oro. Afirma: Las grandes literaturas de este tiempo nuestro son mestizas y extrañadas.
Nos cuenta que para ella escribir es dudar, poner el corazón en el cerebro. Tener la extraña voluntad de recomponer el mundo con un verso. Escribir es un gesto interrogante que se sabe inacabable y eterno.
Ahora, que la felicidad de la que la escritora catalana hablaba se ha alejado de todos, que la solidaridad con el otro se hace cada vez más presente, que vivir desconcierta, puede que alguien escriba la oculta historia de estos días aciagos poniendo el corazón en el cerebro.

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