Hace bastante tiempo, concretamente en 2013, leí un libro de la escritora nicaragüense Gioconda Belli, se titulaba El país de las mujeres y me causó una muy buena impresión.
Esta semana he vuelto a leer otro libro de la misma autora, su título es La mujer habitada, lo publicó en 2010 la editorial Seix Barral y la impresión que me ha causado no ha sido tan satisfactoria. Intentaré explicarlo.
En El país de las mujeres Gioconda Belli desarrolla una historia que sitúa en el país sudamericano imaginario de Faguas. Allí las mujeres se organizan, fundan el PIE (Partido de la Izquierda Erótica) y toman el poder con encomiable propósito de mejorar la vida de las gentes. Imprimiendo al relato un cierto tono de fábula, la autora explica las muchas dificultades a las que han de enfrentarse las mujeres, y aprovecha la narración para analizar situaciones, mitos y estereotipos desde una óptica feminista, ella lo es.
La mujer habitada, que también se desarrolla en Faguas, consta de dos partes que se unen capítulo a capítulo. Una de las partes, que encontramos en segundo lugar, la protagoniza Lavinia que, tras terminar los estudios de arquitectura en Europa, regresa a su país para trabajar en la profesión que ha elegido. La joven mantuvo siempre una relación complicada con sus padres, pertenecientes a la burguesía, que esperan siga las pautas de otras jóvenes de su condición, mantenga el estatus y se case con alguien de su grupo social. Al faltarle el cariño materno, Lavinia se refugió desde pequeña en una tía soltera, Inés, que la acogió como una hija y, al morir, le dejó su casa en herencia.
En el patio de esa casa se inicia la otra parte, con la que empieza el libro. En ese patio hay plantado un naranjo que contiene el espíritu de Itzá, una indígena que murió a manos de los españoles durante la conquista y que va relatando los hechos que entonces sucedieron, sus ansias de libertad, su rebeldía, su amor por un guerrero de su tribu, Yarince; su forma de vivir truncada por la conquista, sus dioses, sus sueños… Penetré en el árbol, en su sistema sanguíneo, lo recorrí como una larga caricia de savia y vida, un abrir de pétalos, un estremecimiento de hojas.
Poco a poco, Itzá se identifica con Lavinia, penetra en su interior, analiza los cambios mentales y de comportamiento que ésta experimenta a la luz de los suyos, hasta que ambas historias se hacen una.
Gioconda Belli es poeta, y de las buenas. El relato de Itzá demuestra hasta qué punto lo es. Emociona, conmueve por la belleza con la que está expresado y la autenticidad de los sentimientos que encontramos en su desarrollo.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con la historia protagonizada por Lavinia. Pese a que la autora militase en el movimiento sandinista que derrocó al dictador y asesino Somoza, a mí, al menos, no me suena auténtica. Hay demasiada farándula, demasiados toques superficiales, necesarios, por supuesto, para confeccionar una novela que se venda bien, pero que en ésta sobran.
Aun así, La mujer habitada se lee con gusto y, estoy segura, de que tendrá más admiradores que detractores.