Por Joan Vila i Boix
Me encontré con Pere Vilanova en la parada de metro del Camp de l’Arpa. Aunque él vive ahí, mentiré al lector y escribiré que acordamos la cita por la lirica del topónimo. Después me pareció que nos perdimos. Aunque llegamos a un bar llamado Europa y él sin querer me habló en una prosa llena de aforismos. Me contó sus experiencias vitales y bebimos. Las horas pasaron y la conversación se animó, hasta que el frio de Barcelona nos sugirió ir a nuestros respectivos hogares.
Unas semanas después fui a un recital / concierto que hacía en la Createca. Allí lo viví en una silla de plástico y metal Gunde. Al recital no le mancó cierta aventura, las luces de la sala fueron desactivadas por Vilanova. Amablemente no le presté mi bufanda, sus dedos resistían el calor de las bombillas. Al empezar el recital, me percaté del extraño modo con el que el cantautor marcaba el ritmo, sentado en un taburete alto, movía sus pies como si condujera una bicicleta invisible. Siempre me he confesado un público fatal, hasta el punto de que me inquieta saberme entre una platea. Tengo miedo que en medio de la función se me inquiera con alguna interpelación, pero en ese recital tuve la pequeña oportunidad de soñar durante las canciones. La sucesión de imágenes que ofertó el cantautor hicieron que leyera las notas, pero los aplausos –merecidos- interrumpían esas divagaciones, los aplausos eran como la página en blanco que separa los capítulos de un libro y me hacía volver a la realidad de la sala. Los desamores escuchados y vividos –supuestamente- por Pere crean una constelación de vivencias, imágenes y sueños. Unos mundos que solo son propiedad de la poesía, ya que el tiempo para ellos es una dimensión desconocida. Las canciones de Pere no buscan la inmediatez, no responden a la actualidad que nos rodea. Simplemente explica las inquietudes de Vilanova, que puede que compartamos.
Puede que la condición del poeta sea el aforismo, hacer de las frases pequeños versos, que son libres, y así comunicarse con el mundo. Vilanova lo hace así porque si el arte es un lenguaje, él tiene el mismo lenguaje como arte. Mis limitadas conversaciones con él para preparar estas notas, lo han demostrado. Ya que me perdí en ellas. La sucesión de conceptos, de aclaraciones, de voluntades, de paradojas y recuerdos me abrumaron. Podría decir todas las ideas que me transmitió, algunas son polémicas otras de sentido común, pero creo más importante decir que él realmente es su música. Él es no se puede separar de sus letras, porque son coherentes con su figura.
Pere Vilanova responde a la constitución del mediterráneo, pero en sus letras evoca sus aventuras (o desventuras) por el norte de Europa. Sus estudios de literatura francesa, lo empujaron hacía las tierras en las que Espriu no recomienda viajar, fué hacia el norte donde la tierra es limpia. Vilanova, pero, vio allí una arcadia literata. Me decía, te imaginas que un bar de barrio de aquí se llamara la Atlántida (por Verdaguer) en vez de Pepe? Sería un lujo. Sus palabras también hablan con un profundo amor por la literatura, que ha hecho que traduzca a Arthur Rimbaud y sus 10 poemes somiats per a l’infern. Poeta del que Corto Maltes decía que no era para las tropas británicas, por que los oficiales ingleses tenían que leer a Kipling. Aunque también este amor ha hecho que Chapteir 7 –su último disco- esté basado en Rayuela de Julio Cortázar. Nos habla del capítulo que solo es un beso.
No puede terminar este breve retrato o relato (en su acepción postmoderna) de Pere Vilanova sin mencionar el motor de sus letras. El amor. En nuestros tiempos hipersexualizados, el cantautor se imagina una mujer y canta por y para ella. Como un trovador que encuentra la esperanza en el amor, ya que este es el máximo generador de vida. Vilanova lo cree ciego aunque, me confiesa, que más que falto de vista puede que sea sordo. El hecho de ser correspondido y poder no estar solo, las mujeres que lo han hecho ser él y a las que se dirige, todo convertido en experiencias estéticas expresadas en canciones. No en vano en el recital había más hombres que mujeres escuchándolo. Todos estos temas se mezclan en sus canciones, en la incertidumbre del futuro de un amante expresada en Amants del futur passat o en la tensión de una relación de la que no sabemos si nos beneficia o no, como nos dice en Ja pot mentir.
Puede que el futuro sea un lugar más parecido a un paramo que a un campo de primavera. Un lugar que nos tiene preparadas sorpresas, aunque nosotros las tengamos que sembrar primero. Pero Vilanova lo tiene un poco más fácil, su paramo ya tiene muchos brotes verdes, algunos árboles, hasta podemos ver que en uno hay una mujer en su sombra, no una determinada, sino el conjunto de las que continuamente evoca en su música. El futuro así para Pere no es un paramo, es un lugar donde las semillas que lanza en sus canciones brotaran en grandes árboles, que puede, nos ayuden a comprendernos mejor en este mundo. Si el futuro es una patria aún por descubrir, la de Pere es un vasto campo. Un campo del que los frutos caen en cadencias de versos o en apasionadas disquisiciones sobre el desamor.
Publicación : 18 de febrero de 2015