Jordi Vila Delclòs

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Por Joan Montón Segarra

 

 

Inauguramos nuestro Club de lectura ilustrada con la cuidada edición de La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson, publicada por Anaya. Las ilustraciones son obra de Jordi Vila Delclòs con quien hemos querido volver a charlar retomando el hilo de la entrevista que os ofrecimos en Ritmo, número 14 de Opticks magazine.

 

Aquella entrevista terminaba, precisamente, con el anuncio del encargo de Anaya.

Era la primera vez que hablaba de la cuestión. Nunca avanzo nada de mis encargos, pero en aquella ocasión hice una excepción porque me hacía tanta ilusión que no me pude contener.

 

Decía entonces que se trataba de “uno de los proyectos más deseados y desde hace mucho tiempo”.

Considero que La isla del tesoro es una aventura total, desde la primera página. Tendría catorce o quince años cuando la leí por primera vez, en la versión ilustrada por mi admirado Joan Junceda, de la editorial Seix y Barral. Creo que, en gran medida, soy ilustrador gracias a él. Conservo todos sus libros. Casi me desmayo cuando mi abuelo, el pintor Antoni Vila Arrufat,  me contó que Junceda acudió a él para consultarle sobre unos grabados. “Perdona, abuelo, ¿me estás diciendo que Junceda estuvo aquí?”. El no va más fue cuando encontramos dos originales suyos en el estudio. Pues bien, desde aquella lectura de mi adolescencia supe que dibujar La isla del tesoro sería el proyecto de mi vida. Finalmente, cuando cayó en mis manos, noté el peso de la responsabilidad y una cierta sensación de pánico, pero quería hacerlo bien y, para mí, hacerlo bien suponía disfrutar.

 

¿Nos puede explicar los detalles de la gestación de esta edición?

Pablo Cruz, responsable del Grupo Anaya, me telefoneó: “Me ha dicho un pajarito que te gustaría ilustrar La isla del tesoro”. Nos citamos para tratar el tema personalmente, en la inauguración de la Fundación Sierra i Fabra. ¡Imagínate si hace tiempo! (15 de abril de 2013). Durante unos días los pies no me tocaban en el suelo. Cuando nos encontramos, salté al abordaje: “Escucha, Cruz, esto de La isla del tesoro ¿va en serio?” —quería estar bien seguro de lo que teníamos entre manos; anteriormente, había rechazado dos propuestas para ilustrar La isla porque las condiciones no me satisfacían. Cruz me tranquilizó: “Pon tú mismo las condiciones”. Mi única condición era dibujar para fanáticos de los piratas, no quería un libro infantil. Luego acordamos las cuestiones técnicas y fijamos un calendario.

 

Se divirtió, pero terminó exhausto.

En el proceso de documentación se sufre bastante. Me volví loco buscando en el libro datos sobre la goleta La Hispaniola. Stevenson sabía mucho de barcos, incluso disponía de una goleta y yo quería serle fiel. Supone un esfuerzo, pero cuando documento algo me da mucha seguridad y certeza. He visto muchas ilustraciones que representan La Hispaniola como un galeón, incluso un galeón español, que nada tienen que ver con el caso, es decir, una goleta mercante. Lo mismo sucedió con la posada del Almirante Benbow; horas y horas recorriendo, con el Street view del Google maps, los alrededores de Bristol para hacerme una idea de los acantilados y las ensenadas.

 

Respecto a la indumentaria, también se habrá documentado. 

Sí, pero ya tenía el trabajo hecho de hace años. Mi tío, Jordi Aguadé, me persuadió para documentarme sobre La isla del tesoro mientras esperaba mis primeros encargos. En la parte de la vestimenta soy más flexible, prevalece la estética frente al rigor. Llevo conmigo un legado estético del que no puedo ni quiero desprenderme. Hablo de Howard Pyle, pintor e ilustrador norteamericano que fijó la estética romántica de los piratas, y de Hugo Platt, que se inspiró en él.

 

Otro autor que le acompaña es Turner, el pintor de la naturaleza indómita y de barcos…

Claro. Turner vivió, por cierto, la época de la desaparición de los piratas. Me gusta de Turner la atmósfera que consigue crear. Su maestría en la acuarela es de un virtuosismo, mezcla de intuición y voluntad  fuera de lo normal.

 

¿Qué aportan sus ilustraciones a la historia?

Intento ayudar al lector; con la imagen le explico de otro modo lo que está pasando. También pretendo sugerir, introducir un ambiente y poner en práctica la ilustración tangencial, que consiste en dibujar algo que no aparece en el texto, pero que ha sucedido, está en el tiempo. Las ilustraciones añaden, además, un cierto discurso paralelo a la aventura.

 

¿Siente predilección por alguno de los personajes de esta novela?

Ben Gunn me encanta. ¡Es un auténtico maroon que daría todo su oro por una porción de queso!. El término maroon creo que no tiene traducción al castellano. Eran los piratas abandonados a su suerte en una isla, castigados por incumplir las normas del gremio. Resulta también un tipo muy atractivo desde el punto de vista estético. Creo que Junceda realizó uno de sus dibujos más logrados cuando presenta a Ben Gunn en la edición que te he comentado. Te lo enseñaré y lo compararemos con el mío. Como verás, en esta oportunidad no me libré de su influjo. Después de todo, Junceda forma parte de mi equipaje, de todo aquello que amo y admiro.

 

La caracterización de Jim Hawkins me resulta familiar, diría que he visto a este niño en otros libros suyos.

Hay gente que asegura que es mi hijo. Puede ser. Tengo un pequeño dilema con los personajes. Me cuesta definir sus rasgos; de hecho, lo evito. Considero que cada cual debe construir su propia imagen de los personajes. El que sí aparece es Grapas, un gato que tuvimos en casa durante catorce años. ¡Míralo! Aquí lo tienes en el muelle de Bristol, al lado de un tonel.

 

 

 

Jordi Vila ha dibujado piratas en otros libros: ilustró la colección de Ala de corb, de Enric Larreula (Baula), una adaptación para niños de Trafalgar, la primera novela de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós (Edelvives) y, también para Anaya, el poemario infantil Versos piratas, piratas en verso, de Ana Alonso.

 

 

 

La paleta familiar (fotografía). En el centro de la imagen vemos la primera paleta de pintor de Jordi Vila. “La ideó mi padre (Joan Vila Grau), reutilizando la tapa de una caja de puros. Como veis, soy zurdo. La más oscura era del abuelo. En la familia tenemos la costumbre de distribuir los colores como él. Comenzamos por los tonos oscuros; el negro, los tonos azules: el azul de Prusia, el azul cobalto que uso mucho; los verdes, el blanco, importantísimo; los amarillos: amarillo de cadmio, el tierra de Siena (popularmente conocido como caca de oca) y los rojos: el tierra de Siena tostada, el tierra de Pozzuoli y el rojo de cadmio. La disposición es muy lógica y pretende que los colores, al mezclarse, se molesten lo mínimo posible”.

 

Publicación : 06 de julio de 2015

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