Existen diversas maneras de afrontar un conflicto. El viernes analicé con mis alumnos dos de ellas. La primera, enfrentarse al problema, extrayendo siempre de él algo que nos permita ser mejores personas. La segunda, no enfrentarse: cargarlo sobre los demás, buscar cualquier clase de evasión externa, suicidarse, etc.
Los libros nos presentan actitudes de todos los tipos. Por ejemplo, en Los que vivimos de Ayn Rand, los protagonistas principales representan tres: enfrentamiento, evasión y suicidio.
Bella del Señor de Albert Cohen, Anna Karenina de León Tolstóy, Madame Bovary de Gustave Flaubert, son, simplificando enormemente, historias trágicas de seres que no supieron afrontar sus conflictos.
No obstante, también hay libros en los que el protagonista sale fortalecido de complicadas o terribles vivencias: Una historia de amor y oscuridad de Amos Oz, El hombre en busca de sentido de Víctor E. Frankl, Archipiélago Gulag de Alexsandr Solzhenitsyn, Kim de Ruyard Kipling, Casa desolada de Charles Dickens, Brooklyn Follies de Paul Auster, Balzac y la joven costurera china de Dai Sijie, etc. Narraciones muy diferentes entre sí, pero que tienen en común el triunfo de la persona sobre la adversidad y su crecimiento interior a costa de ella.
¿Qué es preciso poseer para reaccionar de una forma u otra? Aquí hay tantas respuestas como seres humanos. Respuestas que, por fortuna, podemos encontrar en los libros.
Recuerdo, junto a los anteriores, un relato que me ayudo en cierta época de mi vida. Se trata de Ligero de equipaje de Carlos G. Valles, especie de biografía del jesuita hindú Tony de Mello.
Sus ideas sobre la libertad, las relaciones humanas, los recuerdos, el modo de enfrentarse a la vida, de «vivir los conflictos», de adquirir fortaleza interior, me sirvieron y me sirven para modificar bastantes actitudes personales.