Si una noche de invierno un viajero, libro de Italo Calvino y mi más reciente lectura, no es una obra fácil de leer. Yo diría que hasta resulta incómoda en su genialidad. Intentaré explicar por qué.
Si nadie te ha puesto en antecedentes de la temática que aborda y no hace mucho tuviste ocasión de leer del mismo autor El barón rampante, con el mejor ánimo, te dispones a disfrutar de algo que esperas resulte similar a lo que ya has leído.
Y empiezan las sorpresas.
Las cuatro páginas primeras se dirigen a ti como lector, indagan en tus hábitos, gustos y hasta manías. Insisten, te interpelan, te obligan a reflexionar y a situarte.
Una vez situado, comienzas a leer Si una noche de invierno un viajero. El relato te atrapa, ¡qué bien escribe Italo Calvino! Adelantas en lo que parece ser una historia de espías. A ver, a ver qué sucede.
Entonces, ¡oh sorpresa!, se persona en el texto un segundo lector, modificando así tu percepción primera. Sin pretenderlo, te ves convertido en un lector que analiza las reacciones de otro. Un lector que se enfada cuando descubre que el mismo texto se va repitiendo hasta el final del libro; y que, al reclamar en la librería en la que lo adquirió, la excusa del librero es que el error fue cometido por la editorial, que colocó la portada y el título del libro de Calvino a la obra Fuera del poblado de Malbork, escrita por un autor polaco.
A ese nuevo lector, al que tú observas, ya no le importa hallar Si una noche de invierno un viajero; la historia del poblado le interesa y desea continuar su lectura. El librero apostilla que acaba de atender a una lectora con pretensión idéntica. La lectora, joven y guapa, aún permanece en la librería. El nuevo lector habla con ella y vuelve a casa con un prometedor número de teléfono y el libro del polaco en el bolsillo.
Con renovados bríos, aumentados ahora por el factor romántico, busca la historia interrumpida en ese libro y ¿qué encuentra?, una historia distinta: Asomándose desde la abrupta costa. Historia que tampoco termina, ya que, en el momento más impactante, las páginas aparecen en blanco.
De aquí en adelante, la lectora desempeña en el texto un papel primordial. Representa a la persona para la que los libros poseen un significado especial, que trasciende al autor y hasta al relato en sí. Es como si desde siempre fuese destinataria de un hálito divino que se ha servido del libro y del autor para llegar hasta ella, lectora prístina y primigenia.
El libro de Calvino se va complementando con la aparición de diferentes tipos de lectores, autores e historias que él nos presenta de un modo magistral, con la estrategia que ya conocemos por los cuentos de Las mil y una noches.
Aquí son diez las narraciones interrumpidas en un instante crucial de la trama. Narraciones que, en la ficción, aparentan haber sido escritas por autores distintos y de diferentes nacionalidades. Lo genial es que dan esa impresión y, no sólo eso, sino que cada una de ellas representa a una clase de novela: realismo mágico, gótica, ciencia ficción….
Todo lo anterior, hace que te impliques por entero en la lectura. Que te vayas identificando con unos u otros personajes y, desde la primera página a la última, que reflexiones y te hagas preguntas (incómoda costumbre) sobre el hermoso vicio de leer.
Si nadie te ha puesto en antecedentes de la temática que aborda y no hace mucho tuviste ocasión de leer del mismo autor El barón rampante, con el mejor ánimo, te dispones a disfrutar de algo que esperas resulte similar a lo que ya has leído.
Y empiezan las sorpresas.
Las cuatro páginas primeras se dirigen a ti como lector, indagan en tus hábitos, gustos y hasta manías. Insisten, te interpelan, te obligan a reflexionar y a situarte.
Una vez situado, comienzas a leer Si una noche de invierno un viajero. El relato te atrapa, ¡qué bien escribe Italo Calvino! Adelantas en lo que parece ser una historia de espías. A ver, a ver qué sucede.
Entonces, ¡oh sorpresa!, se persona en el texto un segundo lector, modificando así tu percepción primera. Sin pretenderlo, te ves convertido en un lector que analiza las reacciones de otro. Un lector que se enfada cuando descubre que el mismo texto se va repitiendo hasta el final del libro; y que, al reclamar en la librería en la que lo adquirió, la excusa del librero es que el error fue cometido por la editorial, que colocó la portada y el título del libro de Calvino a la obra Fuera del poblado de Malbork, escrita por un autor polaco.
A ese nuevo lector, al que tú observas, ya no le importa hallar Si una noche de invierno un viajero; la historia del poblado le interesa y desea continuar su lectura. El librero apostilla que acaba de atender a una lectora con pretensión idéntica. La lectora, joven y guapa, aún permanece en la librería. El nuevo lector habla con ella y vuelve a casa con un prometedor número de teléfono y el libro del polaco en el bolsillo.
Con renovados bríos, aumentados ahora por el factor romántico, busca la historia interrumpida en ese libro y ¿qué encuentra?, una historia distinta: Asomándose desde la abrupta costa. Historia que tampoco termina, ya que, en el momento más impactante, las páginas aparecen en blanco.
De aquí en adelante, la lectora desempeña en el texto un papel primordial. Representa a la persona para la que los libros poseen un significado especial, que trasciende al autor y hasta al relato en sí. Es como si desde siempre fuese destinataria de un hálito divino que se ha servido del libro y del autor para llegar hasta ella, lectora prístina y primigenia.
El libro de Calvino se va complementando con la aparición de diferentes tipos de lectores, autores e historias que él nos presenta de un modo magistral, con la estrategia que ya conocemos por los cuentos de Las mil y una noches.
Aquí son diez las narraciones interrumpidas en un instante crucial de la trama. Narraciones que, en la ficción, aparentan haber sido escritas por autores distintos y de diferentes nacionalidades. Lo genial es que dan esa impresión y, no sólo eso, sino que cada una de ellas representa a una clase de novela: realismo mágico, gótica, ciencia ficción….
Todo lo anterior, hace que te impliques por entero en la lectura. Que te vayas identificando con unos u otros personajes y, desde la primera página a la última, que reflexiones y te hagas preguntas (incómoda costumbre) sobre el hermoso vicio de leer.