Lamento disentir de Eduardo Mendoza cuando afirma lo siguiente, a propósito de su nuevo libro que acabo de leer y que se titula El enredo de la bolsa y la vida: “Con la crisis hemos recuperado algo que no debemos olvidar, que éste es un país pobre y cutre”.
No creo que España sea un país pobre y cutre. Menos ahora que hemos ganado la Eurocopa de fútbol con un equipo de jugadores extraordinarios y un entrenador ejemplar en todos los aspectos.
No me gustan las generalizaciones ni los estereotipos. Cuando más leo y viajo, más me doy cuenta de que en todas partes hay buena y mala gente, ambientes cutres y selectos, mezquindad y generosidad, altivez y sencillez…
Lo que pasa es que Eduardo Mendoza ha encontrado con sus libros que resaltan lo esperpéntico y lo cutre, un auténtico filón. Él mismo confiesa que el más reeditado de todos ellos es el esperpento total Sin noticias de Gurb y que la saga del detective sin nombre, a la que pertenece El enredo de la bolsa y la vida, resultó ser la que menos le costó escribir y la que más dinero le da.
Teniendo en cuenta lo anterior, podemos decir que la lectura del libro en cuestión puede calificarse de fácil y entretenida; ideal en esos días de calor en los que nuestro cerebro no está para profundidades literarias.
La historia se desarrolla sobre todo en Barcelona, ciudad que no sale demasiado bien parada en el relato de Mendoza. La protagoniza y cuenta el citado detective, propietario aquí (junto con la Caixa), de una peluquería sin clientela, situada cerca de un enorme bazar chino regentado por la familia Siau. El abuelo Siau, con sus agudas e hilarantes observaciones, me parece uno de los personajes más simpáticos.
El argumento tiene como tema central la desaparición de un antiguo compañero de manicomio del detective, Rómulo el Guapo, que se produce tras haberle propuesto un negocio que él no acepta. Poco después, se presenta en la peluquería Marigladys, niña de 13 años apodada “Quesito”, mostrándole una carta de Rómulo, al que considera su segundo padre, en la que se despide de ella y le ruega que no le juzgue por lo que va a hacer.
Preocupado por el tono de la misiva, el detective decide investigar y busca la ayuda de una peculiar tropa formada, además de por Quesito, por el Pollo Morgan, timador que trabaja como estatua viviente representando a Doña Leonor de Portugal con bigote; el Juli, un africano albino también estatua, en este caso de Ramón y Cajal; la Moski, que perteneció a las juventudes estalinistas y se gana la vida cantando y tocando el acordeón sin tener idea de música ni canto; Pashmarote Pancha, dueño de un centro de yoga; Mahnlik, repartidor de pizzas; el señor Armengol, regente del restaurante “Se vende perro”, en el que se reúnen los “investigadores”, etc., etc.
Tras diversas e histriónicas aventuras, el detective descubre que Rómulo el Guapo va a participar en el asesinato de Ángela Merkel, planeado por el terrorista internacional Alí Aarón Pilila.
Como puede observarse, Eduardo Mendoza ha elegido para confeccionar su novela cuestiones e intereses conocidos y actuales; desde las estatuas vivientes, hasta la señora Merkel, pasando por los bazares chinos, el terrorismo y las clases de yoga, por citar algo de lo mucho y variado que aparece en el libro.
Surge así una historia bien escrita y bien hilvanada que entretiene y divierte al mismo tiempo. Si además contribuye al bienestar económico del autor, habrá que recomendar su lectura.