Hoy voy a comentar dos libros muy distintos. El primero, que me prestó mi amiga Reme, se titula «Yo tu hija», breve ensayo publicado en 1990 por la periodista y escritora francesa Christiane Collange.
El segundo, «Justine» (1957), es una novela que pedí en la biblioteca ya que, tras leer dos obras de Gerald Durrell que no se consideraba escritor, me apetecía conocer alguna de las escritas por su hermano, Lawrence Durrell, que se juzgaba a sí mismo como tal, y que ha sido comparado por la crítica especializada con Faulkner y Proust por su extraordinaria exploración del lenguaje narrativo y la experimentación formal del tiempo y el espacio que realiza en sus libros.
«Yo, tu hija» aborda el tema de los mayores de manera realista. Con estilo ágil y directo, propio de una buena comunicadora, Christine Collange parte para su estudio de los problemas que surgen en la convivencia entre personas de cuarenta años en adelante y sus padres ya ancianos.
Apoyándose en multitud de ejemplos, va presentando al lector estos problemas, característicos de las sociedades avanzadas, analizando sus causas y aportando soluciones nacidas de la experiencia personal y de casos conocidos o habituales: dificultades en la convivencia, entre hermanos, por herencias o distribución de los cuidados al mayor, dependencia, residencia o casa, actitud ante la muerte, etc.
Al final la conclusión, aunque suene cruda y sarcástica, viene a decirnos que los que pasamos de los cuarenta años y tenemos a nuestro cargo a jóvenes y a mayores, formamos algo así como una generación bisagra (seguro que el calificativo no es mío): siempre disponibles, “engrasados” con algunos euros para unos y para otros, y conscientes de que el silencio ha de ser nuestro lema. No hay nada más incómodo que una bisagra que chirríe. Si a eso añadimos la crisis económica actual, podremos suponer lo que recae sobre los goznes de las pobres y sufridas bisagras.
«Justine», la novela de Lawrence Durrell, forma parte del llamado Cuarteto de Alejandría, en concreto es la primera novela.
Según parece, Lawrence Durrell no deseaba ser identificado con una determinada nación, se prefería cosmopolita. Residió en distintos lugares y países a los que reprodujo en sus obras, como sucede con Alejandría, en la que se desarrolla el citado cuarteto.
Respecto a Justine, su protagonista masculino, del que no conocemos el nombre, narra en primera persona lo que significó para él vivir en dicha ciudad, centrándose sobre todo en la relación amorosa que mantuvo con la mujer que da nombre al relato, una joven casada de personalidad compleja y pasado tormentoso, a la que admiran y desean muchos en su entorno.
Las descripciones de paisajes, individuos y ambientes están perfectamente logradas. Pasajes de gran belleza se mezclan con la profundidad de la poesía de Cavafis, el viejo, con la continúa introspección doliente de los personajes principales y con casos de corrupción política, personal y económica, en el ámbito de una investigación sensual que tiene como sujeto preferente a Alejandría, la mítica ciudad situada en el delta del Nilo, al lado del lago Mareotis, junto al que sucede uno de los episodios fundamentales de la historia.
He leído que Justine es más que nada una novela de amor. Hoy, que me ha dado por disentir de casi todo, yo diría que se trata más bien un relato de egoísmos, soledades y fracasos. Si el libro hubiese sido mío, habría subrayado todo aquello que lo corrobora.
El marco es espléndido y la obra está extraordinariamente bien escrita, por algo se considera a su autor un clásico de nuestro tiempo. Pero junto al placer que proporciona la buena literatura, queda el regusto amargo que nos da la certeza de que para los personajes que aparecen en ella, como dice Cavafis:
«La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
que te arranque a ti mismo. ¡Ah! ¿No comprendes
que al arruinar tu vida entera
en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte del mundo?»