BUENA GENTE EN TIEMPOS DEL MAL

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“Incluso en la mayor desgracia existe la bondad humana, independientemente del Dios al que uno reza”, afirma Svetlana Broz, autora de Buena gente en tiempos del mal, libro que traigo a Opticks esta semana y que trata de las consecuencias para la población civil de la última guerra de los Balcanes que ocurrió en este lugar, crisol de culturas y una de las zonas más conflictivas de la historia, entre los años 1991 y 2001, provocando más de 130.000 muertos, millones de desplazados y pobreza e inestabilidad en gran parte del territorio.
Todos sabemos que tras la muerte del Mariscal Tito en 1980 y la posterior caída de la URRSS, la Yugoslavia que Tito había gobernado con mano de hierro, convirtiéndola en un territorio desarrollado y próspero, se empobreció. Dicho empobrecimiento fue aprovechado por políticos nacionalistas deseosos de poder para capitalizar las diferencias étnicas entre serbios, croatas, bosnios y demás grupos humanos que convivían en el país, manipulando a las masas a través de los medios de comunicación y utilizando los recursos propios del nacionalismo: banderas, cantos, símbolos, leyendas, mistificación de la historia, etnografía imaginativa, etc., remontándose en su deriva propagandística, incluso, al siglo X.
Apunto lo anterior porque, aunque el nacionalismo balcánico era real e histórico,  las maniobras de los políticos nacionalistas para exacerbar los sentimientos y enfrentar a unos ciudadanos con otros, constituyen el único argumento con el que intentan explicar los horrores vividos las personas a las que entrevista Svetlana Broz, que trabajó como médica cirujana en el frente y recogió en Buena gente en tiempos del mal noventa testimonios grabados en Bosnia-Herzegovina: “Mientras los políticos manipulaban a las masas, los criminales aprovecharon sus “cinco minutos” y se convirtieron en los grandes nacionalistas sólo para poder robar más”, narra Aneta Benac, una escritora de Sarajevo. Y en Vares dice Marin Poljahovic: “La política y los partidos nacionalistas traen problemas, pero con la gente normal la relación es buena, como antes de la guerra”. 
Y es esa gente normal, cuya pertenencia a una determinada etnia: bosnia, serbia, croata…, o a un determinado credo religioso: católico, judío, musulmán u ortodoxo, no suponía ningún impedimento en cuestiones de amor, trabajo o amistad, la que relata, sin dejar translucir las emociones guardadas en lo hondo del subconsciente, las atrocidades cometidas.
Pero en todo momento, en medio de relatos terribles sobre francotiradores, torturas inimaginables, hambre, cañonazos y desgarradoras separaciones, pervive la luz inextinguible de la bondad humana.
La bondad que encontramos en los que, individualmente o mediante su pertenencia a alguna asociación, Caritas, por ejemplo, ayudaron y defendieron, aún a costa de la propia vida, personas a las que los dirigentes habían catalogado como enemigos.
En resumen, un libro interesante y aleccionador que debería llevarnos a evitar actitudes sectarias, generalizar o etiquetar a los que nos rodean, conscientes de las nefastas consecuencias que todo ello puede traer consigo.
Porque, aunque en la antigua Yugoslavia vuelvan a construirse los puentes destrozados, pienso que es siempre mejor tender un puente que destruirlo.

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