EL ANIMAL MORIBUNDO

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Una de las muchas reflexiones que se puede extraer de El animal moribundo, libro del escritor norteamericano Philip Roth que traigo a Opticks esta semana se refiere al modo cómo nos aproximamos los lectores a una determinada obra literaria, bien valorando sólo su calidad, bien fijándonos en aquellas cuestiones que tienen algo que ver con nuestras vivencias o forma de pensar. Él opina que el buen lector es el que deja al margen su lado afectivo y sentimental y se centra en los valores literarios del libro que ocupa su tiempo.
Debo decir que no conozco a nadie que pertenezca a este segundo grupo, integrado quizá por los críticos cuyo trabajo consiste en analizar con la máxima objetividad las obras sobre las que se les ha pedido opinión.
El resto de los aficionados a la lectura acostumbramos a implicarnos en aquello que estamos leyendo, compartiendo o no los contenidos que encontramos y sintiéndonos más o menos reflejados en los personajes que creó el autor; de ahí la universalidad de un determinado relato.
Philip Roth es un gran escritor y sus libros no pueden dejar a nadie indiferente, es un placer leerlo por la forma que tiene de expresarse y por la profundidad con la que trata los temas que desarrolla en cada una de sus creaciones.
En El animal moribundo el protagonista, David Kepesh, prestigioso profesor de escritura crítica, Crítica Práctica, explica a una persona de la que sólo sabemos que es hombre y que está de visita en su casa, la decisión que ha tomado en lo concerniente a Consuelo Castillo, una joven de origen cubano que fue alumna suya y más tarde amante, cuando el profesor tenía sesenta y dos años y ella veinticuatro.
Las relaciones sexuales con jóvenes alumnas, una vez que el curso había terminado, eran habituales en la vida de David Kepesh, divorciado y con un hijo adulto al que siempre prestó poca atención.
Párrafo tras párrafo, el profesor explica a quien le escucha cuándo surgió su afición al sexo y a la belleza femenina, el declive de su matrimonio, las relaciones paterno filiares, sus ideas sobre la vida y el papel que juegan en ella la música y la literatura y los recuerdos más sobresalientes que tiene de las mujeres con las que se ha acostado, hasta que conoció a Consuelo Castillo y ese hecho y sus consecuencias le obligaron a modificar esquemas que consideraba inamovibles.
La explicación, detallada y profunda, se apoya en acontecimientos históricos o  sociológicos, como la revolución sexual de los sesenta, la crisis de la familia con la generalización del divorcio, las nuevas cotas de libertad, los enfrentamientos entre generaciones, etc.
El autor, en la persona de David Kepesh, no rehúye ninguna cuestión por polémica que resulte: la sexualidad, la muerte, el libertinaje, la represión, la homosexualidad, el egoísmo o el sacrificio, están analizados con tal maestría intelectual y humana, que interpelan al lector y hacen que se interrogue sobre lo planteado, buscando hallar con el rigor que muestra Philip Roth sus propias conclusiones al respecto.   

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