Antes de hablar del libro escrito por Haruki Murakami que acabo de leer titulado Los años de peregrinación del chico sin color, he de decir que me parece el menos “murakamiano” de todos los que he leído del autor japonés.
No por eso esta última obra publicada por Murakami merece, siempre según mi opinión más humilde, una crítica negativa. La historia que nos cuenta atrapa desde la primera página y se te hace difícil aplazar la lectura, esperando ver cómo afronta el protagonista del relato los variados asuntos que van surgiendo en su día a día.
Sin embargo, echo en falta la misteriosa, profunda e intimista atmósfera que Murakami crea en otras obras en las que, sirviéndose a veces de universos paralelos, nos muestra al ser humano en toda su inquietante fragilidad. Algo por lo que siempre adjudiqué a sus libros, admito que de manera harto simplista, una buena carga de pesimismo.
En Los años de peregrinación del chico sin color encontramos rasgos de lo que podríamos denominar “universo Murakami”: el gusto por la música, la cocina, la soledad; lo onírico y lo real en íntima convivencia, el mundo adolescente, las historias abiertas y con finales imprevisibles, los personajes enigmáticos que aparecen y desaparecen, la ciudad de noche, las llamadas de teléfono que nada resuelven, etc. Pero todo ello en dosis que no alteran en absoluto el ánimo del lector. Todo está medido para que su asimilación resulte fácil y hasta agradable.
Veamos el argumento. Tsukuru Tazaki es un ingeniero especializado en la construcción y conservación de estaciones de tren, trabajo que le apasiona desde que era un adolescente. Ahora, con 36 años cumplidos, ejerce su profesión en Tokio y, aunque las estaciones ya estén construidas, se encuentra satisfecho cuidando de su conservación.
El narrador, en 3º persona, nos cuenta que a los 19 años Tsukuru Tazaki estuvo a punto de suicidarse porque el grupo de amigos, dos chicos y dos chicas de los que se consideraba inseparable y que permanecieron en su ciudad, Nagoya, al marcharse él a la universidad en Tokio, rompen la relación de amistad sin explicarle en ningún momento el porqué. Con esos cuatro amigos lo compartía todo: diversiones, proyectos, confidencias… Todo a excepción de llevar como ellos el nombre de un color en su apellido.
Mirando atrás, continúa sin entender las causas del rechazo. Aun así procura no hacerse preguntas, visita poco su antigua ciudad y la vida que lleva en Tokio, ordenada y estable, con alguna que otra relación amorosa carente de importancia, le satisface en apariencia.
Hasta que aparece Sara, una joven por la que se siente atraído y que piensa le corresponde. Al intentar avanzar más en sus encuentros, consolidando el vínculo establecido, Sara le explica que antes debe solucionar todo aquello que le preocupa del pasado y descubrir qué motivó su expulsión del grupo.
Se inicia así una “peregrinación”, nombre que toma el escritor de la música titulada “Los años de peregrinación” de Franz Liszt, en concreto la melodía “Le mal du pays”, que tocaba muy bien al piano una de las amigas que rompieron con Tsukuru y que él escucha a menudo por otra serie de circunstancias, aquí sí un tanto misteriosas, que dejo que descubra el lector.
La peregrinación le conduce al encuentro con tres de los amigos que le muestran sus vidas actuales y le ayudan a entender por fin lo que ocurrió.
En resumen, Los años de peregrinación del chico sin color es un libro que se lee con placer, en el que se reconoce la maestría que posee Haruki Murakami contándonos historias. Pero, a no ser que entre líneas los lectores perciban que la vida de Tsukuru Tazaki esconde algo enigmático, algo difícil de entender para una mente racional, continuaré considerando esta obra como la menos “murakamiana” de su excelente y admirado autor.