LAS ESCALERAS DE CHAMBORD

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Antes de empezar a leer Las escaleras de Chambord, tercera novedad que Isa me prestó en la biblioteca (las otras dos, El descubrimiento de la pintura y Una historia violenta ya las he comentado), busco información sobre Pascal Quignard, autor de esta tercera novedad, del que no tenía referencia alguna. Descubro que se trata de un prestigioso escritor francés que ha publicado más de cincuenta libros, destacando también en el campo de la edición y en el de la música barroca, además de considerársele un experto organista.
Con semejantes antecedentes en la cabeza, me detengo en la contraportada del libro que voy a comentar, en la que nos presentan a su principal protagonista, Edouard Furfooz, un hombre de cuarenta y seis años, apasionado por las cosas minúsculas, que colecciona por el mundo entero todo aquello que cabe en la mano de un niño.   
Como nunca me sedujo el coleccionismo y de fetichista tengo bien poco, me enfrento a la historia con una cierta prevención, y, progresivamente, voy descubriendo por qué Pascal Quignard  no publica best seller de ésos que se leen sin esfuerzo y en una sentada.
El relato contenido en Las escaleras de Chambord no es de lectura fácil. Está escrito con frases cortas en su mayoría que suelen encerrar un profundo sentido. Las referencias del autor a la música, arquitectura, pintura y, sobre todo, al coleccionismo de miniaturas elaboradas con materiales nobles, nos demuestran su formación en estos campos, así como su vasta cultura.
Cada uno de los veinticuatro capítulos de que consta la obra va precedido por una frase de un pensador: Heráclito, Shakespeare, Hang Siang-Tze, Plinio el Viejo, Martin Luther, Eurípedes, Lao-Tse, Isaías etc., que condensa en pocas palabras las ideas fundamentales que en él se desarrollan. Por ejemplo, de Shakespeare: “En la mano de los dioses somos cual pequeños moscones que los limpian de una minúscula inmundicia”, de Lao-Tse: “El nombre que debe pronunciarse no es un nombre”, de Saint-Evremond: “Languidecer es el más bello de los afanes del amor. Un resplandor nos consume”.
La forma de vivir de Edouard Furfooz transcurre entre hoteles, aeropuertos y mujeres incapaces de retenerlo. El odio que siente por la música, los libros y cualquier clase de ruido; la sensación continuada de frío que le lleva a abrigarse hasta en verano; su inestabilidad psicológica y física, al lado de imágenes de una niña que vislumbra en ocasiones y a la que no consigue nombrar, nos hacen suponer la existencia de un trauma infantil que él mismo desconoce pero intuye y que descubriremos al final de la historia.
Todos los personajes que aparecen están perfectamente dibujados y atraen la atención del lector porque ninguno es “plano”; hay siempre algo original y distinto que los identifica, mientras se desenvuelven en ambientes en general sofisticados propios de gentes con alto poder adquisitivo.
En resumen, Las escaleras de Chambord (también su lectura nos permitirá saber el porqué de ese título), es una obra densa y original con la que disfrutarán los coleccionistas de juguetes antiguos o de cualquier clase de objetos preciosos. Pero también aquellos lectores exigentes que valoran obras tan exquisitas, poéticas y cuidadas.

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