Esta vez es Kiko el que me presta un libro de Julio Llamazares titulado La lluvia amarilla con la certeza de que va a gustarme. No he leído ninguna obra de este escritor, pero confió en el criterio de Kiko y me enfrentó a su lectura con buen ánimo.
He de decir que, aunque el ánimo se resquebraja un poco conforme te introduces en la historia que narra el escritor leonés, el placer que se experimenta ante lo bien escrito acompaña al lector hasta el final del no demasiado extenso relato, sólo 155 páginas.
Utilizando un lenguaje cuidado y poético, en muchas páginas se puede percibir la musicalidad propia de la poesía: “El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos”, Julio Llamazares se convierte en Andrés, último habitante de Ainielle, pueblo imaginario situado en el Pirineo Aragonés al que sus habitantes han ido abandonando de forma progresiva en busca de medios de subsistencia más acordes con la época que ya se ha iniciado, principios de los años sesenta.
En un largo monólogo, Andrés nos contará, no de un modo lineal sino conforme le vienen a la mente los recuerdos, la historia de su familia y la de sus vecinos de Ainielle dedicados a la agricultura y al pastoreo en un entorno de gran dureza.
Una dureza que cada vez se hace más gravosa, y en un continuado goteo todas las familias excepto la de Andrés, que se reduce a él y a su esposa Sabina, dejan la antigua aldea para siempre.
Andrés comenzará su monólogo cuando la soledad se ha enseñoreado del pueblo y el moho y la humedad han destruido casi por completo las casas vacías de moradores. “Yo escuchaba en la noche el crujido del óxido, la oscura podredumbre del moho en las paredes, sabiendo que, muy pronto sus brazos invisibles alcanzarían también mi propia casa”.
Muerta su esposa con la sola compañía de una amigable perra, Andrés se sumerge en una soledad tan profunda que todos sus sentidos se agudizan y los fenómenos que acompañan al paso lento de las estaciones son percibidos por él con una intensidad dolorosa y destructiva que le conduce a no distinguir los límites entre la vida y la muerte sintiéndose rodeado por los fantasmas de sus seres más queridos: “Y ahora que la muerte ronda ya la puerta de este cuarto y el aire va tiñendo poco a poco mis ojos de amarillo, incluso me consuela pensar que están ahí, sentados junto al fuego, esperando el momento en que mi sombra se reúna con las suyas”.
Hasta llegar ahí, hasta aceptar la muerte como escape: “La muerte se me muestra como un dulce descanso que, incluso, puede ser objeto de deseo”, las reflexiones de Andrés de tipo filosófico acerca del tiempo, la soledad, la memoria y las relaciones humanas, expresadas como he dicho antes de un modo poético, corren parejas con los cambios que experimenta la aldea abandonada, en cuyas descripciones el autor hace un uso reiterado del color amarillo. Abandono y el olvido que abocan a ambos, hombre y aldea, a la devastación más absoluta.
En resumen, La lluvia amarilla es un libro pensado largamente y escrito con cuidado primoroso en el que Julio Llamazares, valiéndose de las imágenes de tantos pueblos, bastantes de ellos en su tierra leonesa, de los que sólo quedan unas ruinas y un nombre a punto de olvidarse, reflexiona sobre la vida humana en situaciones límite y lo hace valiéndose de descripciones de enorme lirismo y plástica y melancólica belleza.
Julio Llamazares nunca defrauda. Si quieres leer algo más prueba con "Luna de lobos": a mí me encantó.
Abrazo!
Acabo de leer "Las lágrimas de San Lorenzo" y me ha parecido un relato excelente. Continuaré con "Luna de lobos". Gracias por la recomendación.
Abrazos