Si pensamos un poco, quizá no demasiado, encontraremos canciones y poemas asociados a la lluvia. Y es que la lluvia, los días lluviosos y grises invitan, sobre todo, a la nostalgia y a la melancolía.
Hoy no llueve. Así que he considerado oportuno traer a Opticks el libro de un poeta local que tiene por título Después de la lluvia. El poeta se llama Juan Salvador Campoy Arrés.
Juan Salvador se pregunta, en lo que llama Epílogo a priori, la razón que le lleva a hacer versos, cuando el camino que recorre es otro, y no encuentra explicación posible.
O porque a veces duele tanto
no saber la respuesta
que sólo necesito
que todo pase rápido.
Lo he observado en muchos creadores, creadores auténticos a quienes no mueve el dinero o la fama. Al menos, no del todo. El verso, el objeto creado, surge de una necesidad interior. Hay “algo” que te pone en movimiento.
Bécquer intenta en muchos de sus poemas explicar ese “algo”. Sacudimiento extraño que agita las ideas… Murmullo que en el alma se eleva y va creciendo… Actividad nerviosa que no halla en qué emplearse… Locura que el espíritu exalta y enardece…
En el fondo de los poemas de Juan Salvador, de estructura muy original, está la nostalgia de un amor perdido que la cadencia de la lluvia remueve.
Olvidé decirte que se me murieron los abrazos una tarde de otoño,
que perdí los besos una noche de verano,
que este pozo es una barricada,
y que la lluvia se llevó el resto.
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Aunque nos duela a ambos.
Ya no tenemos nada que decirnos.
Nunca tuvimos nada que decirnos.
Y lo sabíamos,
siempre lo supimos.
Sin embargo, el recuerdo de la persona a la que amó, o a la que creyó amar, persiste.
No esperaba esta falta de sueño,
esta falta de aliento,
esta falta profunda,
esta falta de que tú…
de que tú estés y vivas
y yo esté y te mire,
y a veces sea yo el que viva
y tú me mires.
Pero no, la ocasión ha pasado. Y de nuevo la lluvia acompaña el desvalimiento.
Somos extremos
de una misma tormenta.
Náufragos
que se marchan.
No quisimos ser islas
y ahora somos pedazos
que ni se buscan.
Nos cruzaremos en otras lluvias.
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Es el lugar donde terminan los sueños,
justo a un milímetro de la nada,
la lluvia se convierte en nombres
y acecha, herida, la angustia.
La angustia que es preciso ahuyentar buscando sucedáneos, agarrándose a estímulos externos, hallando finalmente la explicación que está en boca de todos, por lo que todos la hemos escuchado.
No es el tiempo, es la vida
la que se acumula en los pliegues y nos rompe.
son las trazas que nos quedan
del espejo en que pintábamos,
la lluvia,
las promesas rotas,
la magia que quedó en las cunetas.
No obstante, cuando la lluvia deja de caer, puede haber otra mano u otras manos a las que Juan Salvador alude en el Epílogo final del libro.
Esto es lo que permanece
después de la tormenta,
de la duda,
de la vida
cuando ya no queda nada,
y estiramos la mano
y alguien la aferra
y sentimos
que ya puede pasar de todo
y no tememos que nada pase.