CUANDO MI CABEZA ACABÓ POR EXPLOTAR

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En estos tiempos nuestros, tan complicados y variables, abundan las obras que tienen como principal argumento la salud, tanto física como mental. Son libros escritos por distintos especialistas o por la persona que padece el problema.

Es el caso de la obra que hoy traigo a Opticks, se titula Cuando mi cabeza acabó por explotar y su autor es Sander De Bruyn.

A pesar de que en las omnipresentes redes sociales la mayoría de las personas gustan de compartir sus momentos felices: viajes, fiestas, celebraciones…, en los citados libros, los autores, incluso si son ellos los afectados, manifiestan de forma clara sus problemas, tanto físicos como psicológicos. Tal vez sea una especie de catarsis, el consejo de un terapeuta o el deseo de mostrar a otros que padecen problemas similares un camino de sanación que, en su caso,  resultó exitoso.

Siempre se trata de un camino duro y complicado, largo y doloroso. Un camino que no suele aparecer en las redes; aunque he de decir que Sander no se cree del todo lo que se muestra en ellas. Habla en el libro de máscaras o ser camaleón, de falsas apariencias y de “autosabotaje”. También explica que, en muchas ocasiones, detrás de los disfraces, de las imágenes bulliciosas y alegres, se esconde la frustración y la envidia.

Pero las reflexiones que acabo de citar aparecen al final del libro. Y creo que debo empezar por la presentación que hace el autor de sí mismo al iniciar su historia.

Sander nació en Amberes en 1990, tiene por tanto 35 años. Desde 1996 vivió en Tenerife. Ahora reside en la Comunidad Valenciana. Está casado con Montse, una mujer a la admira y quiere mucho; es padre de una niña de 7 años a la que, lógicamente, adora; le gusta leer y escribir, aquí tienen la prueba. Cuando mi cabeza acabó por explotar es su segundo libro. El primero, en el que relata sucesos traumáticos de su infancia, lleva por título Mi Dolor Mi Lucha Mi vida.

Todo ese complicado bagaje infantil lo incorpora a esta nueva obra. En ella cuenta que, poco después del confinamiento, creyendo ya superada esa terrible etapa, con un prometedor trabajo en la hostelería que le llenaba de satisfacción, una mujer y una hija, su cerebro se descontroló por completo, provocándole mareos, convulsiones, movimientos espasmódicos, dificultades para caminar, hablar o comer, espantosos dolores de cabeza y otras molestias para las que los doctores que le atendieron en principio no encontraban explicación alguna (COVID, Parkinson, migrañas crónicas…).

Tras casi dos años de pruebas y distintos tratamientos, Botox para aliviar las migrañas y medicación de muchas clases, en el 2002 en La Fe, una neuróloga le diagnóstico TNF (Trastorno Neurológico Funcional), indicándole que debía derivarle a Madrid a la clínica Rúber, el único lugar en el que trataban ese trastorno. Un problema añadido fue que, junto al diagnóstico de TNF y migraña crónica, a Sander también se le diagnosticó Depresión Mayor y ansiedad.

De ahí en adelante, nos presenta a los especialistas que le trataron: neurólogos, psicólogos, psiquiatras y fisioterapeutas y como, poco a poco, consiguieron que fuese recuperando movilidad y pudiese controlar los espasmos y los temblores cuando empezaban a aparecer.

Al tratarse de enfermedades neurológicas que afectan al cerebro, compara Sander el suyo con un ordenador averiado al que es preciso “resetear”, y nos explica el modo.

Junto a los tratamientos farmacológicos, las conversaciones con los distintos especialistas y las sesiones de fisioterapia, es muy importante la práctica de la meditación y la capacidad de relajarse, insiste mucho en esto. A mí se me ocurre añadir la paciencia, así que entiendo bien la importancia que da a la meditación y a la relajación.

Aunque aclara que su libro no pertenece al género de autoayuda, tengo claro que la frase con la que inicia cada capítulo nos serviría de ayuda a todos los posibles lectores.

Porque se trata de vivir el presente, ya que es lo único de lo que disponemos; valorarnos a nosotros mismos (querernos) y valorar lo que tenemos; disfrutar cada instante de nuestra vida, atendiendo a las pequeñas cosas; conocer nuestros talentos y posibilidades (él descubrió que su cociente intelectual es muy alto, aunque a veces una elevada inteligencia provoca inadaptación y otros conflictos). No desfallecer ni darse por vencido, apartar al diablillo interior que nos impulsa a tirar la toalla, a rendirnos  y hasta a suicidarnos huyendo del dolor y de la angustia. Agarrarnos a la vida apoyándonos en todos los recursos posibles.

Para él ha sido de gran ayuda su familia: padre, madre, sobrina y, sobre todo, Montse, que nunca se ha rendido, y, por supuesto, su pequeña hija.

He apuntado antes que Sander termina el libro con una serie de reflexiones personales, nacidas de su propia experiencia, sobre el dolor, la depresión y la ansiedad, el sufrimiento, el miedo, el querer, el juego de aparentar, el autosabotaje, las máscaras o ser camaleón, la frustración y la envidia.

Aporta en estos apartados, insisto, nacidos de la propia experiencia, soluciones y explicaciones positivas. Lo hace desde la valentía de reconocerse ante los demás tal y como es, con la esperanza de que sepamos respetarle y respetar su esfuerzo; respetando a la vez a todos aquellos que intentan plantar cara a la vida con la valentía que él lo hace.

 

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