LA VEGETARIANA

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23 de febrero de 2025

 LA VEGETARIANA

“Si no comes carne, todo el mundo te devorará”, le dice a Yeongh-ye, protagonista del libro que hoy traigo a Opticks titulado La vegetariana, escrito por la Premio Nóbel 2024 Han Kang, editado por Randon House y traducido por Sunme Yoon, una de las personas que intenta hacerle abandonar su dieta vegetariana, al suponer que sin la energía que proporciona la carne, ella no podrá enfrentar los rigores de la vida moderna.

¡Y qué rigores! Gabí Martínez en el prólogo de la obra, que titula “Donde crecen las secoyas”, analiza la sociedad de Corea del Sur con unos tintes de lo más negro.

Luego, con la percepción de que el prologuista quizá exagera, te enfrentas a las noticias de prensa y lees que Kim Sae-ron, una joven y prometedora actriz surcoreana, acaba de suicidarse, dejando escrito a los que le acosaban por las redes sociales: “Ya es tremendamente duro, ¿podéis parar todos?”

Redes sociales incontroladas, capitalismo feroz, exigencia desde la cuna de triunfo social y laboral por cualquier medio, pérdida de los valores tradicionales propios del confucionismo, ruptura de las relaciones familiares, competitividad tóxica, estrés, alcoholismo, índice de suicidios en aumento, etc., etc.

Han Kang publicó La vegetariana en el año 2007 uniendo en una sola tres historias con títulos distintos: La vegetariana, La mancha mongólica y Los árboles en llamas.

En su patria, Corea del Sur, la obra fue muy criticada en un primer momento, hasta que en el año 2016 recibió el Premio Booker internacional y, poco a poco, la valoración cambió.

En el discurso de la escritora al recibir el Nobel explica que cada una de sus novelas está inspirada en situaciones dramáticas vividas por su país.

En el caso de La vegetariana, la situación, no dramática pero sí dolorosa, la sufrió ella, a consecuencia de un problema físico que le afectó durante la escritura y le causaba intensos dolores.

Quizá por eso, un libro bien escrito, adictivo y fácil de leer provoca en el lector una incomodidad de tal calibre, que llega a resultar “dolorosa”.

Porque el dolor padecido por la autora, unido a la situación del país que describe en el prólogo Gabi Martínez, aunque lejos de los sucesos asociados a guerras que están detrás de otras de sus novelas, da como resultado un libro con el que recorremos de forma descarnada el camino que lleva a la locura y al suicidio y exploramos sus causas.

El camino lo inicia la protagonista de la primera historia, La vegetariana, cuando, a raíz de unos sueños asociados a la ingestión de carne que se repiten angustiándola, decide dejar de comer cualquier producto de origen  animal. La historia está narrada en primera persona por su marido, un anodino y acomodaticio trabajador que buscó en ella una esposa sin ningún atributo físico o de otra clase para evitar posibles problemas.

La segunda historia, La mancha mongólica, narrada en tercera persona, tiene como protagonista al cuñado de Yeongh-ye, un artista de videoarte insatisfecho con su trabajo que busca nuevos motivos que le inspiren y cree encontrarlos en la “mancha mongólica” que, según su esposa, conserva Yeongh-ye todavía y que termina obsesionándolo. Fue en ese momento cuando lo asaltó la imagen de una flor verdeazulada floreciendo en medio de las nalgas de una mujer. El hecho de que su cuñada tuviera todavía la mancha mongólica en el trasero y la imagen de un hombre y una mujer copulando desnudos y con los cuerpos pintados de flores se le imprimieron en la cabeza en una incomprensible y a la vez clara relación de causa y efecto.

La tercera historia, Los árboles en llamas, combina la tercera persona con el tiempo presente y se centra en la hermana de Yeongh-ye, la sensata y práctica In-hye, que siente la responsabilidad de cuidarla, a pesar de lo que considera la traición de su marido. Todo ese proceso, deductivo y destructivo al analizar las vidas de ambas, la conduce a una amarga reflexión: De pronto, tuvo la sensación de que no había vivido y se sintió sorprendida. Era cierto. No había vivido realmente. Desde que tenía uso de razón, no había hecho otra cosa que aguantar.

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