Al recomendar a una querida amiga el libro que hoy traigo a Optciks, galardonado, entre otros, con el Premio Pulitzer 2005 y el National Book Critic Circles Award 2004, le dije solamente: Da paz. Luego leí que el presidente Barack Obama solía recomendarlo por lo mismo.
El libro se titula Gilead, su autora es la escritora norteamericana Marilynne Robinson, lo han traducido del inglés Monserrat Gurgui y Hernan Sabaté y lo edita Galaxia Gutenberg.
Gilead es un pequeño pueblo de Iowa, apenas un puñado de casas dispuestas a lo largo de unas pocas calles, tiendas, un elevador de grano, una torre del agua y la vieja estación del tren. Las generaciones se suceden en una vida en apariencia apacible que se organiza alrededor de las comunidades religiosa. A través de una extensa carta que el reverendo John Ames escribe a su hijo de siete años para que éste la lea una vez él haya muerto, Marilynne Robinson narra con mano maestra el orden y la nada aparente de la comunidad.
El reverendo John Ames es un pastor metodista, por lo tanto, la larga carta que constituye el libro está repleta de connotaciones religiosas: citas bíblicas, autores, sermones… Lo que ocurre es que la religiosidad del pastor la expresa Marilynne Robinson con tal lucidez y belleza, sin proclamas teológicas ni aseveraciones radicales, que cualquier persona puede sentirse atraída por lo que se dice y reflexionar, a través de las palabras del protagonista del relato, sobre el continuamente renovado milagro de la vida.
A veces me siento como si fuera un niño que abre los ojos al mundo, ve cosas asombrosas cuyos nombres nunca conocerá y luego tiene que volver a cerrarlos. Sé que todo esto son meras apariencias en comparación con lo que nos aguarda, pero eso sólo las hace más encantadoras. Tienen una belleza humana. Y no puedo creer que, cuando todos hayamos sido transformados y dotados de incorruptibilidad, lleguemos a olvidar esta fantástica condición nuestra de mortalidad e impermanencia, el gran sueño luminoso de procrear y perecer que para nosotros lo significaba todo.
John Ames cuenta a su hijo la historia familiar. Su padre y su abuelo fueron también pastores, muy diferentes ambos en la forma de ejercer su función; él intenta comprenderlos, no juzgarlos, recordando sus acciones y palabras más significativas.
Toda su familia está presente en la carta, también sus feligreses y, sobre todo, un amigo pastor como él y sus numerosos hijos; en especial el más alejado, “el hijo pródigo” con una complicada existencia, que regresa a la casa del padre y hace que John Ames se cuestione sobre los sentimientos que le inspira.
La carta al completo está inspirada en el amor que el pastor siente hacia su hijo y su joven esposa, a la que conoció en un encuentro que cambió su vida de hombre mayor que no esperaba sentir de nuevo esa clase especial de sensaciones, más propias de un joven inexperto que de un viudo ya casi anciano.
La vejez, la soledad, la naturaleza, las relaciones humanas, la muerte, la trascendencia, el pasado, el presente y el futuro son analizados por la autora, en la persona del protagonista de la narración, en una introspección serena, sencilla y profunda al mismo tiempo, al alcance tan sólo de los grandes creadores literarios..
Gilead es un libro para meditar, para disfrutar y para sentirse agradecidos y esperanzados, si somos capaces de mirar a nuestro alrededor e, incluso, más allá con la mirada del pastor John Ames.
En la eternidad, este mundo será Troya, creo, y todo lo que ha sucedido aquí será la épica del universo, la balada que se cante por las calles. Porque no imagino ninguna realidad que deje ésta en las sombras por completo, y creo que la piedad me prohíbe intentarlo.