Y de nuevo…
Cuando el dolor de un tiempo,
ajeno a los abrazos,
pareció atenuarse
tras la calma insidiosa de los días,
regresa del olvido,
como un eco furioso,
el dolor ceniciento,
acólito del agua embravecida,
que anega en su fiereza
los pueblos de mi tierra valenciana,
manchega y andaluza.
Pero esta vez el dolor no es callado
ni aplaude cada noche en los balcones.
Tras las máscaras que obliga la prudencia,
el dolor esta vez se hace grito,
y hasta seca las lágrimas,
porque la rabia impide que progresen,
que broten de ese fondo,
repleto de preguntas airadas sin respuesta.
Fluye la indignación
y desborda los cauces
de la espera y la calma.
Dejémoslos que griten,
que sus voces se alcen,
alterando el sosiego
de los que, agazapados,
contemplan el desastre
en bien pagados puestos.
Mientras tanto, la gente,
la buena gente armada
con útiles de guerra:
escobas y rastrillos,
tractores de labranza,
luchará contra el fango
y llevará hasta ellos,
como un mensaje alado,
henchido de agua limpia,
de ropa y alimentos,
la solidaridad de la esperanza.