EL PALACIO DE LOS SUEÑOS

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El pasado 1 de julio murió en Tirana, capital de Albania, el escritor nacido en ese país Ismail Kadaré.

Durante muchos años el régimen político en Albania fue similar, en cuanto a libertades, a Corea del Norte o a la Unión Soviética de Stalin. No es de extrañar que Kadaré, enemigo de todo totalitarismo, contra el que se manifestó y luchó a lo largo de su vida, decidiera exiliarse, tras prohibir en su país definitivamente la obra que hoy traigo a Opticks publicada por Alianza, traducida por Ramón Sánchez Lizarralde y titulada El palacio de los sueños.

Para intentar burlar la férrea censura ejercida por el dictador albanés, algo que, dada la crítica contenida en el libro, le sirvió de poco, Ismail Kadaré situó los hechos que acaecen en la novela en el Imperio Otomano durante el siglo XIX, cuando el Sultán, convencido de que, a través de los sueños de sus súbditos podrá conocer lo que sucede en cualquier rincón de su extenso Imperio, ordena que se construya el llamado Tabir Total.

Nuestro Palacio de los Sueños, creado por deseo expreso y personal del Sultán soberano, tiene como misión clasificar y examinar no ya los sueños aislados de personas individuales las cuales, por una u otra razón, constituían antes una esfera privilegiada y detentaban en la práctica el monopolio de las predicciones mediante la interpretación de los signos divinos, sino el Tabir Total, dicho de otro modo, el sueño de todos los súbditos sin excepción.

Surge así una gigantesca construcción laberíntica  sin luz natural en la que miles de funcionarios se encargan de seleccionar, organizar e interpretar, según las órdenes recibidas, todos los sueños que les van llegando.

De todos los mecanismos del Estado, el Palacio de los Sueños es el más ajeno a la voluntad de los hombres. Es el más impersonal, el más ciego, el más fatal, por tanto también el más estrictamente estatal.

Al Palacio de los sueños se incorpora como funcionario el principal protagonista del relato, Mark-Alem, joven perteneciente a una antigua e influyente familia, los Quyprilli, parte de cuya historia ha tenido relación con el palacio. Un importante miembro de los Quyprilli busca que la incorporación del joven a la burocracia estatal que actúa en las dependencias oficiales pueda influir en lo que allí se acuerda, algo que el joven descubrirá conforme avanza el relato.

¿Cómo lograría orientarse Mark-Alem en aquel caos de sueños, entre aquellas madejas de brumas oníricas, entre el delirio y los confines de la muerte?

Poco a poco Mark-Alem, después de haberse perdido muchas veces por los laberínticos pasillos, aun sintiendo un temor y una inquietud crecientes, se sumerge en el ambiente opresivo y claustrofóbico (se ha comparado con El castillo de Kafka y con La divina comedia de Dante)) que existe en el gigantesco edificio, en el que una multitud de seres anónimos se dedican a desempeñar tareas repetitivas y alienantes de las que no conocen el resultado, porque se impone el silencio y el secreto, y todo va dirigido hacia un poder superior que ejerce así el control de la conciencia colectiva y se encargará de adoptar las medidas oportunas, si considera que alguno de los sueños analizados supone una amenaza; inventando, incluso, amenazas ficticias para librarse de enemigos u oponentes.

La vida de un hombre queda perturbada una vez que se encuentra atrapada en los engranajes del poder, pero esto no tiene parangón con el drama de un pueblo entero prisionero de ese mecanismo.

De entre todos los sueños recibidos e interpretados, los viernes se elige el llamado Sueño Maestro, que puede dar información valiosa sobre los peligros que acechan al régimen. Sin pretenderlo, Mark-Alem será responsable de la elección de un Sueño Maestro con resultados que deberá descubrir el lector.  

 

 

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