Al terminar de leer No te veré morir, el último libro de Antonio Muñoz Molina, que edita la editorial Seix Barral, mi primera impresión fue que quedaban muchas cosas por decir. Estaban bien las dichas, se trata de Antonio Muñoz Molina, pero…
Luego he empezado a darle vueltas a la historia que contiene el libro y me he dado cuenta de que, en realidad, se dicen muchas cosas.
La historia trata de un hombre mayor, Gabriel Aristu, que regresa a España desde Estados Unidos para visitar a la que fue su amor de juventud y vio por última vez en 1965.
Toda la primera parte, narrada casi en su totalidad en tercera persona y sin puntos que separen los, digamos, capítulos, la dedica el escritor a contarnos la vida de ese hombre, según la propia opinión de éste.
Su padre, experto en música, sometido a vejaciones por los republicanos de los que consigue esconderse en un horror de aislamiento que hizo que el pelo se le pusiese blanco, y que después, acogido por los vencedores, se horrorizó aún más ante las represalias que se ejercieron sobre los vencidos. De tal modo, que su única ambición y la de su esposa consistió en proporcionar al hijo primogénito, a costa de muchos sacrificios, el mejor bagaje intelectual posible para que nunca tuviese que deberle nada a nadie.
Un hijo, de cuyos resultados académicos se enorgullecían el padre, la madre y la hermana, que tuvo que dejar la práctica del violoncelo por las carreras simultáneas de Económicas y Derecho, con las que pudo lograr un puesto de gran prestigio y muy bien remunerado en Estados Unidos, país en el que formó una familia, dejando atrás a la mujer de la que estuvo enamorado y cuya presencia fue siempre habitual en sus sueños.
La segunda parte corre a cargo de otro personaje, Julio Máiquez, un estudioso de la pintura barroca española de Valdés Leal en adelante, que cuenta en primera persona su relación en Estados Unidos con Gabriel Aristu, tras marcharse a ese país por haberse divorciado de su mujer.
Un divorcio traumático del que no se considera culpable, pero que la mujer ha utilizado para hacer que la hija de ambos le rechace y conseguir de él, valiéndose de los abogados, todo el dinero posible.
En este contexto encuentra a Aristu, con el que se lleva veinte años, pero al que le une la lengua y el hecho de ser españoles.
La relación entre el acaudalado y exitoso hombre de mundo y el apesadumbrado y pobre estudioso del arte barroco ocupa una buena cantidad de páginas.
La tercera parte se centra en el encuentro entre Gabriel Aristu y Adriana Zuber cincuenta años más tarde de cuando se vieron por última vez. Aquí conocemos cómo transcurrió la vida de la mujer a lo largo de esos años y cómo es su estado actual.
En la cuarta parte vuelve a tomar Julio Máiquez la palabra y sabemos algo más de la vida en Estados Unidos de Gabriel Aristu.
Así que en No te veré morir, según he podido constatar después de una reflexión tranquila, se habla de muchas cosas que hacen pensar.
Se habla de la Guerra Civil española desde uno y otro lado; del abandono de los ideales juveniles y la acomodación a una realidad nueva y poderosa, de la pérdida y el desarraigo.
Se habla de la forma diferente de pensar de los dos españoles respecto a la mujer norteamericana de uno de ellos, profundizando en el análisis comparativo de una manera de pensar y otra.
Se habla de la decrepitud que trae consigo la vejez, del divorcio y sus terribles consecuencias; de la culpa, de la enfermedad, de la muerte y las diferentes formas de afrontarla
Se habla, en fin, del amor incondicional de unos padres, los de Gabriel Aristu, que lo dan todo para que el hijo triunfe. De una madre, Adriana Zuber, que hace lo mismo respecto a su hija y se convierte en la persona más querida por ésta. De un padre, Julio Máiquez, que a pesar de que su hija, por influencia de la madre, nunca quiso saber nada de él, la sigue en cada paso que da en su exitosa carrera de astrofísica y es incapaz de mantener ninguna clase de relación porque su amor, su único amor, es la niña a la que, antes de irse a dormir, contaba cuentos.