El libro de hoy, publicado por la editorial De bolsillo y traducido por Ana María de la Fuente, se titula La vida ante sí.
Su autor, Émile Ajar, ganó con esta obra el Premio Goncourt en 1975. Lo que nadie sabía es que ya había recibido por otra obra anterior este prestigioso premio, algo que está prohibido en la convocatoria y que supuso un escándalo en su tiempo.
Un escándalo que no afectó al autor porque todo salió a la luz después de su suicidio en 1980, cuando descubrieron que Émile Ajar era el seudónimo de Roman Gary, nombre auténtico con el que obtuvo el Goncourt en 1956 por Las raíces del cielo.
La vida ante sí tiene sólo 200 páginas, pero tan bien escritas, con un humor tan peculiar, pese a las situaciones de desamparo y miseria que presenta, y diciendo tanto en su extraordinaria concisión, que llegan a abrumarte en ocasiones.
Yo me llamo Mohamed, pero todos me llaman Momo que es más de niño.
La historia está narrada por Momo, un niño de 10 años hijo de una prostituta y un proxeneta que vive en un bloque de seis pisos al cuidado de la señora Rosa, una judía superviviente de Auschwitz que también fue prostituta y ahora cuida de los hijos de éstas que le pagan lo que pueden.
La primera vez que vi a la señora Rosa tendría yo tres años. Antes de esa edad no se tiene memoria y se vive en la ignorancia. Yo dejé de ignorar a la edad de tres o cuatro años y a veces lo echo de menos.
El escritor reproduce a la perfección la voz de un niño que reflexiona sobre la soledad, el miedo, los afectos y la muerte mientras cuenta con ingenuidad y ternura cómo se desarrolla su vida y la de los muchos marginados con los que convive en un barrio de París: la señora Lola, travesti de Senegal que en su país fue boxeador, el señor Hamil, vendedor ambulante de alfombras que se ocupa de su educación y tiene siempre a mano un libro de Víctor Hugp, el doctor Katz que era bien conocido de todos los judíos y árabes de la calle Bisson por su caridad cristiana y visitaba a todo el mundo de la mañana a la noche y hasta más tarde; el señor Waloumba, un negro de Camerún que tragaba fuego, los cuatro hermanos Zaoum que trabajaban en las mudanzas y eran los más fuertes del barrio y yo los miraba siempre con admiración porque a mí también me hubiera gustado ser cuatro…
Pero sobre todo en La vida ante sí destaca la relación de Momo con la señora Rosa, su cuidadora, a la que poco a poco, conforme se deteriora la salud de la mujer y tiene cada vez más ausencias mentales, el niño habrá de cuidar. Lo que más miedo le daba era el cáncer, que es algo que no perdona. Yo la veía cada vez peor y a veces nos quedábamos mirándonos en silencio y los dos sentíamos miedo, pues no tenía uno en el mundo más que eso.
Momo y la señora Rosa mantienen una relación entrañable que conducirá a un desenlace de la historia inolvidable por su dureza.
Por las mañanas, cuando veía que la señora Rosa se despertaba, me llevaba una gran alegría, porque yo también tenía terrores nocturnos, tenía un miedo atroz de encontrarme sin ella.
En la edición de 1988, la narración viene precedida de un interesante prólogo titulado Vidas de Romain Gari en el que su autor, Valentí Puig, analiza la trayectoria vital del escritor poniéndola en relación con sus obras, en especial con La vida ante sí y la rocambolesca historia del doble Premio Goncourt obtenido por éste.
En el año 2020 Edoardo Ponti dirigió a su madre, Sophía Loren, en una película basada en el libro de Émile Ajar que tituló La vida por delante.