EL SILBIDO DEL ARQUERO

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En ocasiones, cuando empiezas la lectura de un libro, intuyes que la persona que lo ha escrito fue feliz al hacerlo. Esa intuición me ha acompañado mientras leía El silbido del arquero, una historia narrada por Irene Vallejo y publicada por Contraseña editorial.

Está claro que a Irene Vallejo le gusta la mitología y es una excelente contadora de historias. Quién no recuerda su extraordinario libro El infinito en un junco que tantos elogios y premios ha cosechado desde su publicación en el 2020.

Lo grato ha sido descubrir que esa habilidad viene de antiguo, porque El silbido del arquero data del año 2019.

Y esta noche puedo decir, una vez más, que he estado a punto de morir. He oído crujir mi barco. El cielo nos aplastaba sobre el mar, el mar nos lanzaba hacia el cielo. Luego he creído que mar y cielo se rompían en pedazos y se confundían. He creído que caíamos por las grietas de los relámpagos o por los precipicios de las olas.

El que habla es Eneas que, tras la guerra de Troya, ha escapado del saqueo de los vencedores con algunos de sus hombres y su hijo Yulo. Un naufragio los lleva a la costa africana. Allí son acogidos por Elisa, hija del fallecido rey de Tiro que huyó de la brutalidad del nuevo rey junto a su hermana Ana y fundó la ciudad de Cartago.

El arquero que da nombre al libro es el dios Eros que se ha propuesto unir a Eneas y a  Elisa. Los humanos me han llamado dios del Amor, pero a mí me gusta más decir que soy quien intenta llenar los corazones deshabitados.

Y en el libro todos los corazones lo están. Lo demuestran las voces que se alternan de los principales personajes capítulo tras capítulo.

Eneas, que esconde un secreto familiar que le perturba y duda entre aceptar la propuesta amorosa de Elisa o aventurarse hacia un futuro incierto, guiado por una antigua profecía.

Elisa, una mujer perseguida por la tragedia en un mundo de hombres brutales, que ha de mantener su autoridad poniéndose a la altura de ellos, cuando su cuerpo, que empieza a envejecer, añora al hijo que no tuvo y a un compañero en el que cobijarse. Nadie me había avisado, nadie me había preparado para esto. Cuando ya no la esperaba, por sorpresa, brota la llamada de la carne, tan ronca, dulce y oscura.

Ana, la hermana adolescente de Elisa, hija bastarda del rey de Tiro y de una mujer a la que llamaban “la hechicera”, de la que ha heredado ciertas dotes adivinatorias. Bastarda, hechicera. Ninguno de esos nombres era bueno. Por eso quiero zarpar y navegar tan lejos tan lejos que el agua lave todos los nombres.

Hasta aquí la leyenda mezclada con el mito y con la historia, plena de personajes y aventuras, narradas con la habilidad y el apasionamiento que caracterizan a Irene Vallejo.

La historia de Cartago y sus brutalidades y de Roma en tiempos de Octavio César Augusto que, en un singular juego entre la historia y la leyenda, conocemos por boca del poeta Virgilio mientras camina por la ciudad, observa la miseria y suciedad que hay en sus calles y se aterra ante el vacío creativo que experimenta para enfrentarse al mandato del emperador, que le ha encargado componer un poema que ensalce las grandezas de la Roma imperial: Escribe, Virgilio, un poema sobre la guerra, el valor de los hombres y el destino de Roma. Te aseguro que nada te faltará mientras trabajas.

Pero desde que recibió el encargo, Virgilio no ha sido capaz de escribir una sola línea. Aumenta en su interior un poso de tristeza al descubrir, porque también existe, la miseria de la paz, la cara pacífica de la dominación.  Piensa que los romanos han comprado la paz al precio de la obediencia.

De este modo, sintiéndose incapaz de escribir lo que le pide Octavio, y aterrorizado por las consecuencia de su inacción, Virgilio recorre las calles de Roma, hasta que no le queda más remedio que enfrentarse a un anciano que lleva caminando todo el día tras él.

Asustado porque piensa que se trata de un malhechor, inicia un amago de ruego. Entonces el anciano empieza a repetir con voz profunda, monótona y terrible unas palabras rítmicas que Virgilio reconoce como pertenecientes al libro VI de la Ilíada. Durante el asedio de Troya, habla afligida la legendaria Helena: “En lo sucesivo, los poetas cantarán nuestros sufrimientos a generaciones que están por nacer”. El anciano era Homero. De regreso a su casa, Virgilio repasa lo que ha sido su vida, evoca a Eneas, Elisa, Ana… y, tras la estela de Homero, comprende que él, que ha conocido el sufrimiento, la duda, el miedo, como los héroes que forjan la historia y pueblan las leyendas, también ha experimentado la redención y el consuelo de las palabras.

Unas palabras que pondrá al servicio de Augusto, pero a las que insuflaré mis esperanzas y no su sed de poder. El emperador tendrá su ansiado homenaje, pero el poema épico albergará la melodía rebelde de todas las aspiraciones incumplidas.

Con ayuda de Homero, Virgilio, por fin, ha encontrado su voz. Nace la Eneida.

 

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