Escucho en mi interior
a aquel personaje que me habitó
y se volvió invisible con la caída
de los granos de arena tras el cristal,
o el surco de lágrimas en el vaho,
y reclama perseguir los sueños
porque ya habrá un momento
recostado en el interior de la noche,
en el que todo será de nuevo juventud,
todo gozo desbordado, aguardándonos.
Los versos anteriores pertenecen al libro que Ricardo Bellveser publicó en el año 2016 con el título Primavera de la noche.
Esta primavera no es la vejez, ni la decrepitud,
ni la ancianidad, es algo mucho más sutil,
es el desasosiego, una forma de desconcierto
que adquiere la intuida sospecha del final.
En Opticks tuvimos la gran suerte de contar siempre que era necesario con la colaboración entusiasta de Ricardo Bellveser, prolífico escritor de artículos en publicaciones nacionales e internacionales, de novelas, de ensayos tomando como base una gran variedad de materias, porque Ricardo lo abarcaba todo con su curiosidad insaciable y su vitalidad arrolladora.
Sin embargo, con ser importante el Ricardo ingenioso de nuestros encuentros literarios, hoy queremos hablar sobre todo del Ricardo poeta, porque creemos que es en esa faceta en la que se mostraba más auténtico, en la que no escondía sus miedos, sus inseguridades, la fragilidad que el ser humano experimenta cuando llega hasta el fondo de sí mismo y da a la caza alcance.
En Primavera de la noche Ricardo Bellveser recoge las voces de todos nosotros y se hace preguntas, las mismas que nos hacemos muchos y sólo saben expresar los poetas.
Y qué habrá luego. ¿Habrá algo?, me pregunto,
ingenuo, desconcertado, preocupado, curioso,
si no hubiera nada, qué engaño, qué desengaño,
si sólo hay noche, qué oscuridad tan injusta,
qué soledad de nicho en día de lluvia…
Se hace preguntas y habla con los muertos (también en eso coincidimos).
A veces creo que ciertas cosas
es mejor hablarlas con los muertos.
Es la muerte un cercano espacio
cada vez más habitado de amigos.
Sospecha de la luz.
Sospecho de la luz, de su existencia
quiero decir, aunque –soy sincero-,
la intuyo como si cuando llegue el ocaso
ella fuera a ser mi único camino de regreso.
Y sentimos con él la emoción del momento, que el poema hará eterno, mientras escucha el Réquiem de Mozart.
Un réquiem puede ser, aquí lo es,
un hermoso canto a la vida, al gozo,
a la plenitud y al adiós en gloria.
Y es por eso, por nada más, sólo por eso
por la inquietud que procede
de las penumbras envueltas
en música tan conmovedora,
y por mis temores y mis ensueños
enhebrados como cabello en trenza,
que deseo que la mar, en el momento
de navegar, me sea tan propicia
como fecundo puede llegar a ser
un surco de tierra yacente sobre mí,
y la música me siga hasta lo oscuro
con la fidelidad de un perro ciego
que sea el lazarillo de las tinieblas.
Por Mª José Alés