No sé dónde leí que cualquier escritor debía cuidar con especial mimo el principio y el final del libro que pensara escribir o estuviera escribiendo.
Cierto, la primera impresión es importante, te predispone a favor de la lectura; y, por supuesto, el final habrá de completar la impresión inicial y dejarte, lo que podríamos definir en términos culinarios, “un buen sabor de boca”.
“En la década de 1580, una pareja que vivía en Henley Street (Stratford) tuvo tres hijos. Susanna y Hamnet y Judith, que eran gemelos.
Hamnet, el niño, murió en 1596 a los once años. Cuatro años más tarde su padre escribió una obra de teatro titulada Hamlet”.
Esta es la referencia histórica que acompaña al libro que hoy traigo a Opticks, se titula Hamnet, lo ha escrito Maggie O´ Farrell, publicado la editorial Libros del Asteroide y, por la riqueza de su contenido, resulta difícil de resumir en unas pocas líneas.
Aunque la referencia histórica apunte a William Shakespeare, en el libro su nombre no aparece. Aparecen sus padres, hermanos, vecinos, lugares de residencia, ocupaciones, amigos, hijos y, sobre todo, Agnes, su esposa, principal protagonista de la narración.
Narración que se inicia con una frase: “Un niño baja unas escaleras”. Pronto intuimos que ese niño es Hamnet, del que la referencia histórica nos dice que murió a los 11 años.
Quizá sea la certeza de esa muerte, es un buen recurso literario, lo que hace aún más atrayente la figura infantil; el relato del tiempo, que se antoja muy largo, en el que busca alguien que se preocupe de su hermana enferma, es toda una lección de la mejor literatura.
Poco a poco van incorporándose a la novela personajes y cuestiones que la complementan, como John, el colérico abuelo; la figura del padre ausente y sus advertencias respecto a la necesidad de evitar las consecuencias de esa cólera; Judith, la hermana gemela y Agnes, la madre, que cuida las colmenas y las plantas medicinales que cultiva a unos dos kilómetros de la casa.
De pasada, conforme Hamnet corre en busca de la ayuda de un médico, conocemos a Mary, su abuela, y a Susanna, su hermana mayor.
En páginas siguientes todos estos personajes tendrán relevancia, a la vez que intervienen en la trama otros nuevos.
Hasta que, dando un giro total a lo narrado, retrocedemos quince años, asistiendo al momento en el que un joven y aburrido preceptor de latín repasa los verbos con un grupo de alumnos y conoce a Agnes, que después se convertirá en su esposa a pesar de la oposición de las familias respectivas.
Agnes es una mujer fuerte e independiente, ajena a las habladurías que corren por el pueblo sobre su capacidad para curar con plantas y sus dotes adivinatorias (adivinaba el futuro de una persona presionando un punto de la mano) por lo que muchos la creían bruja; estaba muy unida a su hermano Bartholomew, adoraba y protegía a sus hijos y quería lo mejor para su esposo, así que lo que lo animó a ir a Londres y buscar su lugar en el teatro, lo que contribuyó a que viviesen años separados.
Esos acontecimientos, la vida de él en Londres mientras se abre camino y la de ella en Stratford, cuyo ambiente se describe con maestría bien documentada, nos trasladan a la Inglaterra del siglo XVI y se alternan con cambios temporales en los que sobresale el momento actual en el que la enfermedad de Judith, peste bubónica, trastorna la vida de la casa.
La llegada de la peste al pueblo desde el vidriero de la isla de Murano, el grumete, el mono lleno de pulgas que llevan el mal a todos los que pican, y el resto de los transmisores y receptores hasta llegar a Judith, es otro ejemplo de esa buena literatura a la que me he referido anteriormente.
Como lo es el dolor de los padres del niño ante su muerte y la muerte misma que la madre contempla negándose a aceptarla. “En la cabeza de Agnes los pensamientos crecen y se encogen, crecen y se encogen una y otra vez. Piensa, esto no puede ser, no puede ser, cómo vamos a vivir, qué vamos a hacer… Ha muerto, ha muerto, ha muerto.
No encuentra sentido a esas dos palabras. La cabeza se niega a entenderlas. Es imposible que su hijo, su niño, su pequeño, el más sano y robusto de sus hijos, haya enfermado y haya muerto”.
Maggie O´ Farrell ha sabido expresar magistralmente el dramatismo de esas escenas en unas páginas conmovedoras.
Al igual que ha sabido terminar esta historia con la misma brillantez que la inició, al hacer que la tragedia familiar origine con posterioridad algo que hará más leve el dolor de la madre: una obra universal aclamada por todos que ha de mantener vivo para la eternidad el recuerdo de su hijo muerto.