Después de ver en televisión durante varias semanas la serie Los Durrell, busqué los libros originales en los que está basada: Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses que conforman la llamada Trilogía de Corfú escrita por el miembro más joven del conjunto familiar, Gerald, y publicada por Alianza en el año 2010.
Gerald Durrell, considerado como uno de los naturalistas y zoólogos más importantes del siglo XX, recoge en los tres libros la vida de su familia en la isla griega de Corfú desde 1935 a 1939, año en el que regresan a Inglaterra en vísperas de la 2ª Guerra Mundial.
Dicha familia estaba integrada por la madre, Louisa, joven viuda de un ingeniero de obras públicas inglés que ejercía su profesión en la India (ella había nacido en ese país, aunque era de ascendencia irlandesa); en la India también nacieron sus hijos: Lawrence (Larry), Leslie, Margo y Gerald (Gerry).
Al morir su esposo, Louisa y los jóvenes se trasladaron a Inglaterra y poco después a Corfú, buscando un cambio de vida en un clima menos inhóspito.
En 1935 Gerald había cumplido 10 años, Larry 23, Leslie 19 y Margo 18. Todos, incluida la madre, tenían aficiones y costumbres muy personales y peculiares que el más pequeño refirió con posterioridad en la Trilogía de Corfú para deleite de cualquier lector interesado.
Larry o Lawrence Durrel, famoso autor del Cuarteto de Alejandría entre otras obras, dedicaba su tiempo a escribir e invitaba a la casa a numerosos amigos a cada cual más excéntrico.
Leslie era un enamorado de las armas que coleccionaba y con las que se dedicaba a matar a todo bicho viviente comestible.
A Margo le preocupaba la decoración, la ropa, su tendencia a engordar y el acné del que no conseguía librarse.
El más pequeño, Gerald, observaba los animales de la isla y capturaba muchos de ellos, guardándolos en cajas, tubos, jaulas o dejándolos sueltos con la idea de construir un zoo particular; en sus correrías le acompañaba su fiel perro Roger.
Louisa, excelente cocinera y lectora de novelas policiacas, defendía al futuro zoólogo de las iras de sus hermanos que no aceptaban estar siempre rodeados de bichos, soportaba con flema inglesa las amistades de Larry, intentaba poner paz entre todos sus vástagos y preparaba enormes cantidades de deliciosos platos consultando escogidos libros de cocina.
Junto a los protagonistas no son menos importantes en el relato los lugareños: Spiro, que habla inglés de aquella manera, conduce un Dodge antiguo que pone al servicio de la familia y se convertirá en el solucionador de cualquier clase de problemas que se les presenten; Teodoro Stefanides, doctor, científico, poeta y filósofo, que contribuirá a la formación de Gerald, orientándole en su búsqueda de animales e introduciéndole en el mundo de la investigación; la doliente y quejumbrosa Lugaretzia que ayuda en los trabajos de la casa, el mal hablado y excesivo capitán Creech, el desinhibido Henry Miller, los diversos tutores que buscaba Louisa o surgían entre los amigos de Larry para dar clase a Gerry que no asistía al colegio, etc.
Son tres libros escritos por un adulto que conserva la mirada inocente y maravillada de un niño que se sorprende y admira ante cada nuevo descubrimiento o acontecimiento que tiene lugar en lo que considera un paraíso, ya sean plantas, animales, el cambio de las estaciones o el encuentro con los lugareños que comparten con él unos higos, un racimo de uvas, un vaso de vino, o un buen trozo de pan regado con aceite.
“-Come despacio, hijo –murmuraba mamá- no tienes ninguna prisa.
¿Ninguna prisa? Con Roger aguardándome hecho un amasijo oscuro y expectante junto a la verja, sin levantar de mí su mirada ansiosa? ¿Ninguna prisa, cuando ya las primeras cigarras soñolientas comenzaban a ensayar entre los olivos? ¿Ninguna prisa, con la isla entera, fresca y luminosa como una estrella matutina, en espera de ser explorada?”
Son infinidad los valores que hacen estos tres libros recomendables. En principio, suponen un deleite para los amantes de la naturaleza. Las detalladas descripciones que hace Gerry de la vida de los animales, atribuyéndoles actitudes y sentimientos humanos, como esas cigarras soñolientas que ensayan, o como Roger expectante y ansioso, harán pasar un buen rato a los naturalistas.
Luego está la isla en sí, sus paisajes y sus gentes que impulsan a viajar a ella y buscar los rincones que aparecen en la obra.
En tercer lugar, el humor con el que está narrada la historia. En cantidad de páginas no puedes evitar la carcajada.
En cuarto lugar, el perfecto dibujo que realiza Gerald Durrell de todo lo vivido esos años con un cariño, una ternura y una nostalgia que nos conducen hasta el tiempo dorado de su infancia y nos ayudan a comprender por qué este hombre trabajó durante toda su vida por el bienestar de los animales, cambió la concepción de aparcamiento para exponerlos al público que se tenía en su tiempo de los zoológicos por lugares en los que se conservaban especies amenazadas, se cuidaba de ellos y se procuraba su reproducción en un entorno amable y adecuado.