Un caballero en Moscú es el segundo libro que leo del escritor norteamericano Amor Towles. El primero fue Normas de cortesía, ya comentado en Opticks. Ambos han sido publicados por la editorial Salamandra, éste último en el año 2018.
Un caballero en Moscú tiene 512 páginas en las que se relatan las vivencias de un aristócrata ruso, el conde Alexander Illich Rostov, que regresa a su amada Rusia en 1922 siendo, como es lógico, apresado por los bolcheviques y llevado al Krenlim para ser juzgado por su pertenencia a las clases altas. Durante el juicio, se lee un poema que había escrito diez años antes que podía considerarse subversivo y favorable a los revolucionarios.
Teniendo esto en cuenta, se le conmuta la condena a muerte por un arresto domiciliario de por vida en el prestigioso hotel Metropol en el centro de Moscú, pero no en las lujosas habitaciones en las que acostumbraba a alojarse, sino en unos pequeños habitáculos abandonados en el sexto piso que en el pasado habían servido para acoger a los criados de los visitantes.
Obligado a prescindir de las comodidades anteriores, el conde recuerda un consejo que le dio su padrino: “Si uno no controla las circunstancias, se expone a que las circunstancias le controlen a uno”.
Así, con esa clase de filosofía, se enfrenta a la nueva vida que le espera.
Desde las primeras páginas de Un caballero en Moscú, la figura del conde se hace grata: inteligente, culto, cosmopolita, exquisitamente educado, conocedor de todo lo bueno que una persona acaudalada puede saborear y disfrutar y, por otra parte, generoso, amable, amigo de sus amigos y enamorado de su tierra a la que, al contrario de otros muchos aristócratas que huyeron a la llegada del comunismo, no piensa abandonar.
No sólo la figura del conde es agradable para el lector, casi todos los personajes que cuidan del Metropol o lo visitan poseen excelentes cualidades; incluso, algún importante comunista, como el que pide al conde que le introduzca en la cultura occidental y éste lo hace a través de las películas norteamericanas.
De ese modo el cine, pero también la literatura, la música, la filosofía, la historia, la arquitectura, la política o el arte llegan a las páginas del libro de la mano de un caballero que domina todas estas disciplinas.
Treinta años encerrado en un hotel dan para mucho, por lo que el conde, como buen “gourmet”, buen anfitrión y buen conocedor de la naturaleza humana, termina incorporándose al grupo que dirige el Metropol, enfrentándose al comisario político que las autoridades han nombrado, lo que da pie a situaciones humorísticas o dramáticas, según los casos.
El humor, absurdo muchas veces, ligado a las decisiones que toman los bolcheviques respecto al hotel; por ejemplo, tapar las etiquetas del extraordinario surtido de vinos de la bodega en aras de un igualitarismo de clase, o colocar a atractivas señoritas de camareras en el bar para que espíen a los corresponsales extranjeros o a cualquier huésped del Metropol.
El drama, en el que el autor incide menos, pero que el conde contempla desde su encierro, intuye o sufre al convivir con personas que padecen los rigores del estalinismo, manifestado en la destrucción de edificios y la anulación de actividades culturales anteriores, la uniformidad en las vestimentas, las largas colas, la carencia de alimentos, el miedo omnipresente, la delación, la persecución de disidentes y, finalmente, el suicidio o el Gulag.
De todas formas, y después de leerla de nuevo, debo decir que esta breve reseña no hace honor a la riqueza de contenido de Un caballero en Moscú y al perfecto modo que tiene de expresar dicho contenido Amor Towles.
Así que lo único que puedo aconsejar para que lo valoren pos sí mismos es que lean el libro. Dejando al margen la ideología con la que se puede estar o no de acuerdo, estoy segura de que disfrutarán.