VERDE AGUA

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Entre las muchas cuestiones históricas que ignoro está el enfrentamiento que mantuvo la Yugoslavia de Tito con Italia al término de la Segunda Guerra Mundial, lo que supuso la devolución al mariscal de los territorios ocupados por los italianos durante la guerra. Las personas que vivían en dichos territorios tenían dos opciones: quedarse en ellos, adoptar la ciudadanía yugoslava y sobrevivir de un modo más que precario, ya que las nuevas autoridades del país les consideraban enemigos, o trasladarse a Italia para vivir como refugiados. La familia de la autora del libro que hoy traigo a Opticks, junto a otros muchos miles de italianos, eligió la segunda opción.

El libro se titula Verde agua, fue publicado por la editorial Minúscula y su autora es Marisa Madieri.

Marisa Madieri nació en 1938 en Fiume, ciudad que en 1947 pasó a Croacia con el nombre de Rijeka. Perseguidos e intimidados, perdidas todas sus posesiones, sus familiares se trasladaron a Trieste en 1949, siendo alojados en Los Silos de esa ciudad, unos antiguos almacenes abandonados en los que los refugiados sobrevivían en condiciones deplorables.

Verde agua es el diario que Marisa Madieri escribió desde noviembre del 81 hasta noviembre del 84. Tenía cuarenta y seis años, le habían detectado un cáncer, por el que murió a los cincuenta y ocho, pero en su diario no hay quejas ni lamentaciones. Todo lo vivido, lo bueno y lo malo, ha contribuido a convertirla en la persona que es y estas páginas son una muestra de agradecimiento.

“En cada palabra dada y recibida, en cada gesto y pensamiento, en cada fragmento incluso breve y casual de nuestra existencia y de la de los otros, hay algo de precario y algo de ineluctable, de caduco y de indestructible…Todo lo que en un tiempo fue y desapareció, permanece vivo en el recuerdo”.

El relato se inicia con los recuerdos infantiles de Marisa en Fiume en la casa de su abuela paterna y de ahí en adelante, avanzando y retrocediendo en el tiempo, repasa su historia despacio, deteniéndose en los detalles con la disposición al asombro de un niño.

“En el silencio de la casa, cuando durante la mañana me quedo sola, reencuentro la felicidad de pensar, de recorrer el pasado adelante y atrás, de escuchar el fluir del presente”.

Así Marisa Madieri habla de sus abuelas y las familias respectivas, de sus padres, su hermana, sus amigos, de las casas en las que vivió en Fiume en unos años en los que, incluso, la tragedia de la guerra fue para ella una extraña aventura.

En el verano en el que llegó a Trieste, Marisa fue acogida por un hermano de su madre y su esposa que se habían instalado en Venecia, para después seguir como interna en un colegio de monjas de la ciudad. Conoció el Silos en vacaciones, al reunirse de nuevo con sus padres y su hermana: “Entrar en el Silos era como entrar en un paisaje vagamente dantesco, en un nocturno y humeante purgatorio”.

Después: “Retomé mi vida de siempre en el internado, hecha de estudio, de obediencia y de sombra. También de resignación, como si al fin hubiera entendido un antiguo secreto, que toda vida era una larga, paciente espera”.

Terminados los estudios de secundaria y ante la nefasta situación económica de la familia, el padre propuso que Marisa buscase trabajo; la madre, fiel a su idea de lograr que sus hijas tuviesen una vida diferente a la suya, la matriculó en un instituto.

“Pienso en mi madre cada vez con más frecuencia e intensidad. Las raíces de mi fuerza y de mi capacidad de no rendirme frente a las dificultades, se hunden en su amor”.

En el instituto Marisa conoció a Claudio Magris que más tarde se convertiría en su esposo y que analiza magistralmente Verde agua en el postfacio de esta pequeña obra maestra.

De un episodio ocurrido en su etapa del instituto extrae también la autora el título del libro. La precariedad de la vida en el Silo y el poco dinero de que disponían, alcanzaba apenas para los libros de segunda mano. Así que, al invitarle una compañera a una fiesta, su madre saca brillo a un brazalete de metal blanco que le quedaba, lo empeña y le compra una falda acampanada y un jersey color verde Nilo: “También verde agua se llamaba aquel color, que para mí es aún hoy el color del amor”.

Verde agua tiene 207 páginas con una riqueza de personajes, reflexiones y acontecimientos que es complicado encontrar palabras para resumirlo todo. De nuevo pediré prestadas unas pocas a Marisa Madieri. Ella cerrará con broche de oro esta reseña.

“Si he regresado a Ítaca, si en los largos silencios de mi vida han resonado por un instante las notas del vals que los planetas y las estrellas, tan relucientes esta noche, danzan en la odisea de los espacios, siento que debo dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su presencia fraternal no sólo me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma”.

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