El libro que hoy traigo a Opticks, al igual que el de la semana pasada, también está basado en un hecho real. En este caso el detonante fue una fotografía, amarillenta por lo antigua, que un anciano de 80 años enseñó a la autora; en ella aparecían una mujer y un niño. El anciano explicó que esas personas eran él y su madre al despedirse en la estación de un tren.
El nombre de la autora es Viola Ardone, el título del libro, que ha publicado la editorial Seix Barral, es El tren de los niños.
En el año 1946, las terribles secuelas que ha dejado en Italia la 2ª Guerra Mundial se hacen notar más en el siempre empobrecido sur que en el industrializado y rico norte.
Entonces, el Partido Comunista italiano idea el proyecto de trasladar en tren desde el sur hasta el centro y el norte de Italia al mayor número posible de niños. Consiguen trasladar a 70.000, que se alojarán durante una temporada con familias que se han ofrecido a ello, junto a las que conocerán una vida muy alejada de las privaciones y la miseria que han conocido hasta ese momento.
El protagonista de la historia y el que la relata es uno de esos niños, Amerigo. El pequeño está a punto de cumplir ocho años, se le dan bien los números, aunque ha dejado de ir a la escuela, y es tan espabilado, que en su barrio le llaman el Nobel.
El tren de los niños se divide en cuatro partes. La primera corresponde a 1946 y la cuarta a 1994.
Mi madre delante y yo detrás. Ni idea de adónde vamos. Dice que es por mi bien, pero seguro que aquí hay gato encerrado. Lo mismo que pasó con los piojos:”Es por tu bien”, y acabé con el coco liso.
El lenguaje es el de un niño pequeño que carece de casi todo, que piensa que su padre está en América y volverá rico, y al que su madre, una mujer endurecida por la vida, intenta alimentar con poco éxito.
La segunda parte se centra en la estancia de Amerigo en el norte, desde la cálida acogida, hasta el descubrimiento y disfrute de una realidad muy diferente a la que le rodea en su barrio.
Nos llevan a una sala muy grande, llena de tricolores y banderas rojas. En el centro hay una mesa muy muy larga, llena de todo lo que te puedas imaginar: queso, prosciutto, salami, pan, pasta…
La tercera parte es la vuelta a casa, el choque brutal que eso supone y que altera por completo las percepciones del pequeño.
Sigo hablándole de la casa, de la comida, de la escuela, pero ella no me escucha. Es como cuando sueñas algo por la noche y a la mañana siguiente vas y lo cuentas, pero a nadie le interesa. Sin embargo, lo mío no es un sueño.
En la cuarta parte Amerigo tiene 48 años y regresa a su antigua ciudad porque su madre ha muerto. Viola Ardone ha sabido reproducir con maestría los sentimientos del hombre, mientras va reflexionando sobre lo acontecido a lo largo de todo ese tiempo, en una lucha interior no demasiado amable para él.
Me llamaron esta mañana al amanecer. Cuando, después del tercer timbrazo, contesté y supe qué había pasado, me di cuenta de que durante muchos años había vivido con esta amenaza en el corazón, algo parecido a un maleficio.
El tren de los niños es un libro que se lee con agrado, emociona, informa, hace sonreír y hace pensar. Creo que su lectura en grupo podría originar un interesante debate.