GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

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Siempre es grato empezar el año hablando de poesía. Hoy en concreto de un poeta que nació en Sevilla en 1836 y murió en Madrid el 22 de diciembre de 1870, tenía sólo 34 años. Se trata de Gustavo Adolfo Bécquer de cuya muerte acaban de cumplirse 150 años.
A lo largo de mi complicada adolescencia, la poesía de Bécquer estuvo muy presente, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Después, el hecho de saberme la mayor parte de sus Rimas de memoria y recordar muchas de sus leyendas, contribuyó a animar, de un modo casi mágico, alguna que otra clase de literatura española. Entonces descubrí, al haber adquirido nuevos conocimientos en relación con los poetas y la poesía, hasta qué punto los poemas que consideraba propios de una etapa adolescente eran valiosos.
La temprana muerte del poeta sevillano y su escasa fortuna, determinaron que se conserven pocas obras de él, pero en esas pocas podemos encontrar los temas y la musicalidad que más tarde observaremos en los grandes poetas del Modernismo Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez;  también en Antonio Machado e, incluso, en la profundidad de Luis Cernuda.
Para que los posibles lectores aficionados como yo a la poesía comprueben lo que acabo de decir, reproduzco cuatro fragmentos de poemas de Bécquer que podrían atribuirse correlativamente a cada uno de los poetas citados. En primer lugar, el que nos recuerda a Rubén Darío:

Suave como el nombre de la mujer querida,
más grata que es al hombre la aurora de la vida,
celeste cual la virgen que crea la ilusión,
fugaz como el gemido del aura vagarosa,
más dulce que el ruido del agua armoniosa,
oí sonar distante bellísima canción.

En segundo lugar, Juan Ramón Jiménez:
 
Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces
como la llama, como el sonido
como la niebla, como el gemido
del lago azul.

En tercer lugar, Antonio Machado:

Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro.
¡Dios sabe cuántas veces,
con paso perezoso,
hemos vagado juntos
bajo los altos olmos…!

En cuarto, Luis Cernuda:

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
 
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
 

Gustavo Adolfo Bécquer temió ser muy pronto olvidado:
 
En donde esté una piedra solitaria,
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

Tal vez suceda así, quizá ha sucedido, y su poesía, sentimental y doliente, se halle muy alejada de los intereses y modas actuales, en apariencia poco poéticos.
Quiero pensar que no. Y quiero pensarlo porque como él estoy convencida de que:
 
Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían,
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila,
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

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