El mar, el mar es la tercera novela que leo de Iris Murdoch. Tras El unicornio y Bajo la red, busqué la que, para algunos críticos, se considera su mejor obra; publicada en 1978 y que recibió el Booker Prize ese mismo año.
Con prólogo de Álvaro Pombo, El mar, el mar tiene como protagonista principal a Charles Arrowby, un famoso dramaturgo y director de teatro londinense, admirador de Shakespeare que, después de haber obtenido éxitos notables en el ejercicio de su profesión, cumplidos ya los 60 años, decide retirarse a una casa, un tanto deteriorada, que adquiere en un lugar apartado de la costa británica. Se llama Shruff End y se alza en un pequeño promontorio, que no es exactamente una península, destacando entre las mismas rocas. Allí piensa dedicarse a escribir sus memorias. ¿Será eso lo que resulte de esta crónica? el tiempo lo dirá. En este momento, cuando no tiene más que una página, más bien da la sensación de un diario que de unas memorias.
Al igual que sucedía en El unicornio, también en este libro hay acantilados que el mar embravecido erosiona, originando grutas y formas que Charles considera siniestras, y que contribuyen a que nadie altere el retiro soñado y pueda nadar libre, desnudo y satisfecho de su decisión.
Fiel a la idea inicial de las memorias, Charles cuenta su vida. Habla de su lugar de nacimiento, describe a sus padres y familiares; analiza el porqué decidió dedicarse al teatro, a sus compañeros en este medio, sus amores, sus éxitos y sus fracasos.
Alterna el relato con detalladas explicaciones del transcurso de los días en el lugar elegido: características de la vivienda y del paisaje que la rodea, comidas, hábitos, vecindario y el mar, siempre el mar, destacando en la hermosa panorámica que se le ofrece. En el horizonte resplandece una leve línea de plata, ligeramente irregular, como una joya moderna. Por debajo, el mar agitado es de un castaño dorado, vivaz, lírico, con saltarinas manchitas blancas. El aire está tibio. Otro día feliz.
Poco a poco, toda la placidez, algo impostada, y los relatos, que reflejan en gran parte las frustraciones y el egocentrismo del relator, se alteran cuando van apareciendo en escena las personas que intervinieron en las historias que ha ido contado.
El personaje que ocupará un lugar determinante en los capítulos siguientes es Hartley, su novia del instituto, que dejó la relación amorosa sin dar explicaciones y desapareció de la zona; ahora la encuentra en el pueblo cercano, envejecida y casada con un hombre que él considera violento y dominante.
Reflexionando sobre ello, he de decir que El mar, el mar tiene, desde el punto de vista del contenido, poco que ver con los dos libros que he leído de la autora inglesa.
Sin embargo, se reconoce perfectamente su estilo en el desarrollo de las tres novelas: la profundidad en el análisis psicológico de los personajes, la maravilla de las descripciones, el azar como elemento determinante en el devenir de la existencia, el planteamiento filosófico e, incluso, religioso que subyace en la mayoría de las reflexiones, la vivacidad en los diálogos, la idea platónica del amor. Todo impresiona y atrae desde la primera hasta la última página, que aquí son muchas, en concreto setecientas treinta.
Iris Murdoch estuvo casada cuarenta y cinco años con el también escritor John Bayley, que la cuidó cuando enfermó de Alzheimer.
En El mar, el mar Charles quiere dedicar lo que le quede de vida a cuidar a su idealizado amor adolescente. Cree que esa amorosa dedicación borrará los signos de la edad y las preocupaciones. Ella sigue representando para él la perfección juvenil y la belleza.
Una perfección y una belleza que caracterizan la escritura de Iris Murdoch y que quizá su esposo supo ver siempre, hasta el inevitable final, en la mujer que admiraba y amaba.