Hace ya algunos años, en un periódico local a través de Internet, escribí una columna semanal titulada Placeres. Como su nombre indica, en ella compartía con los lectores lo que durante la semana me había resultado placentero.
Hoy, en circunstancias que entonces me hubieran parecido inasumibles, retomo mis Placeres, iniciándolos con el que siempre ha sido el más fiel y cercano, la lectura.
Acostumbro a explicar que de niña, cuando en casa había agotado todas las existencias de libros y tebeos, (confieso que en lo concerniente a libros resultaban bastante precarias), visitaba las casas de amigos con una inquietud que ahora, en la distancia, considero casi patológica. Inquietud que se aplacaba al conseguir el anhelado bien que consumía en soledad al abrigo de cualquier distracción exterior. Ese aislamiento me proporcionó en la escuela más de una regañina de la maestra que no entendía cómo, mientras ella explicaba, yo rumiaba en silencio los últimos poemas aprendidos.
Pero las regañinas de la maestra y de otras personas más o menos cercanas, no enturbiaban ni enturbiarán nunca el placer que encontraba y encuentro en la lectura. No sólo de los libros, sino de los periódicos, las revistas y hasta de los catálogos de publicidad que dejan en el buzón de vez en cuando. Ya he dicho antes que lo mío puede tener la consideración de patológico.
Pongo fin a este nuevo y placentero encuentro hablando brevemente de uno de los libros que he empezado a leer esta semana y que analizaré cuando termine. Su autor es Steven Pinker y su título, que puede dar lugar a equívocos, es Los ángeles que llevamos dentro.
Digo que puede dar lugar a equívocos, porque no se trata de un libro religioso, sino de una obra que agrupa gran variedad de disciplinas: historia, arqueología, antropología, filosofía, psicología, matemáticas… Unidas todas ellas para llegar a la conclusión de que la humanidad es ahora mejor que en los momentos en los que el ser humano hizo su aparición sobre el planeta.
Pinker demuestra de forma convincente que ha habido una espectacular disminución de la violencia y un aumento de la conciencia global que nos impulsa a la solidaridad, la compasión y la bondad. Estos días lo estamos comprobando.
Por Mª José Alés