En uno de los grupos de lectores de los que formo parte acabamos de comentar Nubosidad variable, un libro que Carmen Martín Gaite publicó en 1992, tras catorce años de silencio narrativo.
Había leído anteriormente dos libros de la escritora salmantina: Entre visillos (Premio Nadal 1957) y Retahílas (1974), pero debo confesar que los tenía bastante olvidados; así que los he vuelto a leer y creo que ahora dispongo de más elementos de juicio para analizar las obras de esta autora que recibió el Premio Príncipe de las Letras en 1988 y el Premio Nacional de las Letras en 1994.
Nubosidad variable es una extensa novela epistolar, 432 páginas, en las que dos mujeres, Mariana y Sofía, que habían sido amigas íntimas durante la infancia y adolescencia, perdiendo por ciertas rivalidades amorosas esa amistad, se encuentran ya adultas en una exposición de pintura e inician de nuevo, mediante cartas que unas veces envían y otras no, la relación perdida.
Sofía es una mujer casada con tres hijos independizados que siente que su matrimonio ha sido un fracaso. Mariana es una exitosa psiquiatra que en esos momentos se relaciona sentimentalmente con un escritor homosexual y que también considera que su vida no está siendo en absoluto gratificante.
A través de las cartas, ambas mujeres hablan de los años en los que nada supo la una de la otra. Por parte de Sofía: el deseo de ser escritora que reprimió al casarse, el marido interesado sobre todo en ganar dinero y mostrar su riqueza a los demás, los hijos educados en la abundancia con todo lo que eso significa. Por parte de Mariana, su análisis de las situaciones desde un punto de vista práctico, sin dejar nada a la imaginación o la improvisación y emocionalmente frustrada.
Página tras página, en un ejercicio de introspección común, analizan con sinceridad sus diferentes coyunturas y en ese camino de análisis y reflexión, recuperan la amistad perdida.
Entre visillos es una novela coral que presenta la vida cotidiana de un grupo de personas, mujeres y hombres, en una ciudad de provincias en la que importa mucho la apariencia. De nuevo aquí cobran protagonismo los distintos tipos de mujeres y cómo se enfrentan a sus respectivas circunstancias, condicionadas casi todas ellas por la necesidad de encontrar un marido o el amor de un hombre al que admirar.
Retahílas, mi preferida entre las tres, muestra dos realidades diferentes personificadas en Germán y Eulalia, tía y sobrino, que se encuentran en la vieja y señorial casa familiar de un pueblo perdido de Galicia la noche en que la abuela de ella y bisabuela de él está a punto de morir.
La estructura de este libro, en la que cada uno de los personajes dialoga con el otro alternativamente en un largo monólogo o extensa retahíla, podría parecer en principio aburrida; sin embargo, todo lo que se dicen y nos dicen, considero que es de tal actualidad, que en absoluto resulta tedioso, como, en alguna ocasión, opiné sobre las dos novelas anteriores.
Acepto que Nubosidad variable está muy bien escrita, que los conflictos que plantea son los mismos que afectan hoy en día a gran cantidad de parejas, que las citas literarias engrandecen el texto y que la autora ha trabajado mucho en su confección. Pero en bastantes momentos aburre tanta reiteración al exponer lo que piensan y sienten las protagonistas. Pienso que le falta agilidad o quizá los gustos literarios han cambiado.
Algo similar sucede con Entre visillos. Es muy interesante si pretendemos estudiar gracias a ella la sociedad de una determinada época, pero cuesta identificarse con los sentimientos o reflexiones de casi todos los protagonistas.
Retahílas, en cambio, nos habla de cuestiones universales. Por ejemplo, el significado de los libros en las distintas etapas de la vida: Es curioso lo de prisa que se lee a esa edad (infancia y adolescencia) no se asoma uno a leer ni casi existe más que como sujeto pasivo dispuesto a la invasión de lo que sea; el valor de la palabra: Vivir es disponer de la palabra, recuperarla, cuando se detiene su curso se interrumpe la vida y se instala la muerte; la necesidad, conforme se envejece, de encontrarle sentido a lo que se hace: Agarrar la batuta de las cosas que vas haciendo, verles el hilo que las traiga hacia ti; la libertad a la que identifica con la asunción del tiempo: El tiempo está esperando de nosotros que no lo miremos como enemigo, y sólo entonces nos entrega todo lo que guardaba en sus repliegues. El ser hombre o mujer: ¡Qué más da chico que chica ni qué significa si vas a mirar!, lo que importa es ser lo más persona posible, y mientras no te rías de esos esquemas tan solemnes eres como un soldado luchando por una causa que han inventado otros.