Son muchas las historias navideñas que juegan un papel destacado en nuestro imaginario común, pero si tuviéramos que destacar una de ellas sería sin duda el archiconocido Cuento de Navidad de Charles Dickens, publicado originalmente en 1843. No es el ejemplo más antiguo, pero, sin duda, esta historia de redención en la que el escritor vuelca su dura y pobre infancia para criticar sin piedad la crueldad y la codicia supuso un hito duradero que más de un siglo y medio después sigue vigente a través de su versión original, que continúa editándose, y también a través de multitud de adaptaciones literarias, teatrales y cinematográficas. Una de las más destacadas de los últimos tiempos es el volumen Cuentos de Navidad (Literatura Random House), inspirado en la edición inglesa de 1852, que añade al célebre relato otras cuatro narraciones de ambientación navideña, donde se entreveran los motivos principales del mundo dickensiano: la caridad, la infancia, los mitos populares, las desigualdades sociales, los sueños y la magia.
El incontestable éxito de Dickens estuvo favorablemente abonado por una sociedad victoriana que en aquellos años estaba inmersa en la recuperación de las viejas tradiciones navideñas que habían sufrido un periodo gris bajo el severo puritanismo de siglos anteriores. Desde entonces, leer y releer el fantasmal clásico se tornó un ritual más para alcanzar la milagrosa catarsis provocada por estas fechas. Pero como decíamos, aunque Dickens disfruta del privilegiado título de «Padre de la Navidad», este honor debería recaer en otro escritor anglosajón que el propio Dickens reconoció como fuerte inspiración, el estadounidense Washington Irving, que en 1820 ya dejó reflejada esa nostalgia y melancolía navideñas en Vieja Navidad, una pequeñita novela que recoge las tradicionales celebraciones navideñas en una casa de campo inglesa.
Recientemente traducida por primera vez al español por la editorial El paso, el relato de Irving recorre cinco escenas hiladas sobre una tradicional familia campestre decimonónica que contiene todos los cánones del género prefigurado por él, con abundancia de humor, ternura, nostalgia y una exacerbada exaltación de la amistad y la fraternidad. Resulta hoy paradójico leer cómo ya entonces el escritor se queja amargamente de la trivialización de unas Navidades que comenzaban sutilmente a tomar un cariz más materialista que espiritual, a pesar de estar las historias sobrenaturales tan íntimamente ligadas al género navideño. Fue tal el éxito del libro en el siglo XIX, que éste conoció una nueva edición, ya en Inglaterra en 1885, con el añadido de los dibujos de Randolph Caldecott, un ilustrador clásico de la era victoriana cuyas imágenes también se incluyen en la actual edición.
Continuando el periplo por las islas, el artefacto navideño sufre una nueva evolución con otro gigante de las letras británicas que vivió a caballo entre los siglos XIX Y XX. Ningún escritor podría representar mejor que el gran G.K. Chesterton la figura de Papá Noel, por su descomunal volumen y su aire de ferocísima bondad, cualidad especialmente navideña. Su condición de católico activista se manifiesta en su decidida e insistente defensa de la Navidad, a la que dedicó artículos, ensayos, cuentos y poemas e incluso una breve obra de teatro, recopiladas ahora por la editorial Renacimiento en El espíritu de la Navidad. Nótese que Chesterton, confeso admirador de Dickens, ya alude impunemente al «espíritu de la Navidad», ese constructo conformado durante todo el XIX y que el escritor hereda gozosamente. Su afilada y polémica pluma brilla aquí en defensa de las tradiciones y ataca críticamente a aquellos que eran demasiado modernos para unas fiestas tan familiares.
Aunque no solo de literatura anglosajona viven las Navidades. Otro de los grandes clásicos europeos en el ámbito del relato, el danés Hans Christian Andersen, es autor de un buen puñado de cuentos enmarcados en estas fechas. La editorial Everest ha publicado no hace mucho una versión ilustrada de sus Cuentos, entre los que se encuentran relatos tan conmovedores como La pequeña cerillera, que narra la historia de la niña que aterida de frío en Nochevieja intenta calentarse encendiendo las cerillas que no ha conseguido vender. También firma Andersen La Reina de las Nieves, un cuento sobre la lucha entre el bien y el mal en el que prima la amistad, adaptado hace algunos años al cine por Disney, que ha disfrutado recientemente de versiones ilustradas de editoriales como Anaya, Laberinto o San Pablo.
Bajando hacia Centroeuropa, y obviando la rica tradición recogida por los Hermanos Grimm, entre la que se podrían destacar narraciones como Hansel y Gretel o Rumpelstiltskin, merece ser mencionada una de las primeras historias navideñas del romanticismo alemán, especialmente famosa en la actualidad por el ballet musicado por Chaikovsky. Aunque el compositor ruso se basó en una versión del cuento escrita por Alejandro Dumas, la narración original de El Cascanueces y el rey de los ratones data de 1816 y pertenece al prolífico escritor alemán E. T. A. Hoffmann. La editorial Blume recupera este cuento clásico en el que una niña que permanece enferma en cama comienza a alternan viajes entre el mundo real y otro de fantasía en una maravillosa oda a la imaginación.
Viajando a latitudes más septentrionales, nos encontramos con un maravilloso ejemplo de uno de los cuentistas más grandes de todos los tiempos. En Vanka Antón Chéjov aborda también el tema de la infancia maltratada, tan caro a la literatura victoriana, pero tratado desde una inconfundible óptica rusa. Se trata de un precioso y tierno cuento de Navidad, en el que un pequeño huérfano de nueve años, aprendiz de zapatero en Moscú, pobre y que lleva una vida mísera, se dirige a su abuelo para que venga a por él. Otro delicioso relato navideño salido de la estepa, en este caso ucraniana, es Nochebuena (Nórdica, 2017), una historia costumbrista con coloridos toques folclóricos donde Nikolái Gógol representa, en un mundo surreal y mágico, la lucha cósmica y eterna entre el bien y el mal. Diablos, brujas y pasiones humanas narradas en un plástico cuento que como no puede ser de otro modo en estas fechas, termina con final feliz.
España, espíritu propio
Salpicados de costumbrismo patrio, muchas de las historias también beben de los temas tradicionales en las literaturas europeas. Por ejemplo en La mula y el buey, Galdós crea el personaje de Celinina, una niña muy enferma ya próxima a morir que mezcla en su cabeza realidades y puras ensoñaciones. Por contra, El premio gordo de Blasco Ibáñez aborda un tema puramente español como la lotería. ¿No le ha tocado el premio gordo de la Navidad? Al protagonista de este relato sí. Blasco Ibáñez cuenta la vida de Jacinto, un hombre humilde al que le toca la lotería y descubre que no es todo tan bonito como parece antes de ver como su vida se desmorona por momentos. Una historia perfecta para desear que no nos haya tocado el gordo, quizá un consuelo para muchos en un día como hoy.