Hace bastante tiempo leí un libro de Lea Vélez, titulado El jardín de la memoria, que contenía el relato, como tema central, de la enfermedad y muerte de su marido. Era una obra bien escrita, poética y pedagógica, ya que explicaba los recursos que utilizó para poder vivir sin derrumbarse ese duro proceso, y que lo vivieran también sus hijas muy pequeñas entonces.
Nuestra casa en el árbol, libro que hoy traigo a Opticks, es, en apariencia, una prolongación de la historia que se inició con El jardín de la memoria, aunque creo que en este caso los contenidos inventados están por encima de los autobiográficos.
La protagonista de Nuestra casa en el árbol, Ana, viuda y con tres niños: Michael de seis años, Richard de cinco y María de cuatro, disgustada por los métodos que utilizan los maestros en el colegio de España al que asisten, decide instalarse en Inglaterra, concretamente en Hamble-le-Rice, pueblo pesquero del sur del país junto a la desembocadura del río Hamble. Allí hay una casa, Joiners House, que heredó de su marido y que antes fue taller de carpintería. La casa está rodeada de un jardín en el que existe un roble centenario. Ana convierte las instalaciones en un pequeño hotel y aprovecha el espacio que le permiten las ramas del árbol para construir sola una casa en el mismo.
Nuestra casa en el árbol tiene dos narradores: Richard, el hijo mediano, que inicia el relato ya adulto, y Ana, la madre que narra a través de sus diarios.
Querido Richard:
Te mando los diarios. Son tuyos. Te servirán para viajar al país de la infancia. No sé si recuerdas cierta charla que tuvimos. Os dije: «Niños, quiero que hagáis dos cosas importantes en la vida: la primera es que toméis nota de todo. La segunda, que elevéis la mirada, construyendo una casa en un árbol.
En la carta, Ana, justifica la construcción real no metafórica de la casa en el árbol:
Así, a simple vista, una madre viuda con tres hijos pequeños lo tenía todo en contra para afrontar semejante proyecto, pero la simple vista no ve lo que hay en los corazones. La simple vista es desconfiada. Yo nunca me miré con desconfianza. Había enterrado al amor de mi vida. Después de pasar por eso no había nada, nada en el mundo, que yo no fuese capaz de hacer.
El libro empieza así, con la carta que Ana escribe a Richard y que éste aporta a los lectores cuando, acompañado de sus hermanos Michael y María, regresa en una barca por el río para asistir a un funeral.
Poco a poco el joven nos traslada a su infancia en el momento en el que los tres niños llegan junto a la madre a la casa, se incorporan a un nuevo colegio, conocen e intiman con algunos vecinos y pretendientes de su madre, y, sobre todo, van recibiendo año tras año la educación y la instrucción que ella considera adecuada, en contraposición a la que imparte el colegio.
Por otro lado, Ana, en sus diarios relata estas cuestiones y otras, desde el punto de vista de una mujer sola que se enfrenta a la vida con determinación y la seguridad de contar con la presencia del esposo muerto, y de que el amor que los unió y que siente por sus hijos le ayudará a vencer cualquier obstáculo.
He leído en Internet que Lea Vélez es una persona superdotada. Quizá por eso el hijo mayor de Ana, Michael, en el relato también lo es, lo que contribuye a su nula adaptación a los métodos colegiales, a las preguntas que hace a su madre, a las respuestas de ésta y al sistema que utiliza en la educación e instrucción de los tres hermanos, por ejemplo, poniendo a su alcance películas de calidad, aunque en ellas exista violencia, sexo o cualquiera de las cuestiones que no se consideran adecuadas para niños tan pequeños.
En resumen, aun reconociendo que el contenido de Nuestra casa en el árbol proporciona orientaciones para educar e instruir de una determinada forma y que, al igual que El jardín de la memoria, está bien escrito, si he de elegir entre las dos obras de Lea Vélez que conozco, sin ninguna duda elijo la primera que leí, mucho menos pedagógica pero mucho más auténtica.