Quizá porque entre mis lecturas más recientes están el libro de Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, y el de Angelika Schrobsdorff, Tú no eres como otras madres, el que acabo de leer, Nada se opone a la noche, de la escritora francesa Delphine de Vigan, no me ha impresionado tanto como a la mayoría de las personas que forman el grupo de lectores.
Reconozco que Nada se opone a la noche es una obra muy bien escrita y cumple a la perfección el objetivo que se había propuesto su autora: exorcizar pasados fantasmas, reconstruyendo la historia familiar e intentando hallar las claves del trastorno mental que sufría su madre (a la que se refiere con el nombre de pila, Lucile) y de su posterior suicidio.
Delphine de Vigan piensa que se lo debía a Lucile, que era preciso escribir esa historia, ajustar las piezas del puzle integrado por parientes y amigos en una especie de ofrenda de amor a la madre que acaba de morir.
Partiendo del diario personal de la mujer, antiguas fotografías, otros testimonios gráficos, sus propios recuerdos y lo que pueden aportarle los hermanos de la madre muerta, Delphine de Vigan habla de sus abuelos, Liane y Georges, padres de Lucile, de cómo se conocieron y de la numerosa familia que crearon: nueve hijos propios y uno adoptado; de la alegría y vitalidad ruidosa y desinhibida que reinaba en la casa y del drama que se produjo cuando uno de los hijos propios y el adoptado murieron.
Habla también de las características especiales de Lucile, su extraordinaria belleza que propició se convirtiese en modelo de ropa infantil, y al mismo tiempo de su fragilidad y de sus ausencias y silencios en medio del bullicio.
Poco a poco, en una investigación con altibajos, recorre la vida de su madre, su matrimonio a los dieciocho años, el nacimiento de ella y de su hermana, el divorcio de sus padres cuando tenía seis años y su hermana dos, la aparición de la enfermedad mental que obligó a ingresarla en diversos momentos, sus distintas parejas, su forma de vivir fuera de cualquier norma y al final, sus ganas de superar el pasado, de ganarse la vida trabajando como asistente social, de cuidar de sus nietas y sus plantas.
Expuesto así, exceptuando la muerte de los chicos y la enfermedad mental de Lucille, no parece una historia demasiado brutal. Sin embargo, si a lo anterior añadimos incestos, suicidios, drogas y otras cuestiones igual de traumáticas, entendemos por qué Delphine de Vigan se ve impulsada a realizar un exorcismo vertiendo en el papel unos hechos que, de alguna manera, justifican el comportamiento de Lucille que es presentada aquí como una víctima y, a la vez, como un ser humano admirable.
Nada se opone a la noche ha obtenido en Francia numerosos premios, lo que ha consolidado la carrera literaria de Delphine de Vigan, que ya presentó al público cuestiones personales en un libro anterior, Días sin hambre, en el que se refería a su anorexia.