De nuevo el centenario del nacimiento de un escritor, en este caso escritora, Natalia Ginzburg, me ha conducido a buscar algunos de sus libros, en este caso dos: Las pequeñas virtudes y Todos nuestros ayeres para, a la vez que descubro a una autora que hasta hoy desconocía, dedicarle un pequeño homenaje.
Natalia Ginzburg nació en Italia el 14 de julio de 1916. Algunos episodios de su vida, que en ocasiones resultó trágica, los relata en el libro Las pequeñas virtudes.
Las pequeñas virtudes contiene 11 relatos (ella los llama ensayos en la presentación) escritos entre 1944 y 1961. La escritora justifica, indicando cuándo y dónde fueron escritos y publicados los “ensayos”, las diferencias de estilo que encontramos al leerlos: nostálgico y poético en Invierno en Abruzos; realista en Los zapatos rotos; evocador y sentimental en Retrato de un amigo; crítico e irónico en Alabanza y menosprecio de Inglaterra y en La Maison Volpé; directo en Él y yo; filosófico en El hijo del hombre y en Silencio; sincero en Mi oficio; pedagógico en Las relaciones humanas y en Las pequeñas virtudes.
A pesar de su brevedad, sólo 186 páginas, Las pequeñas virtudes sorprende por la forma en que Natalia Ginzburg se aproxima a realidades de su vida que presenta con naturalidad, sin estridencias. Parece decirnos que aquello de lo que nos habla es así porque lo es y que a esa convicción ha llegado después de reflexionar mucho. De este modo analiza de manera profunda y lúcida las relaciones humanas desde la infancia hasta la vejez; describe mediante comparaciones a su pareja y a ella misma; dibuja con palabras exactas o poéticas situaciones, personas y paisajes, y recuerda con enorme ternura los gestos y las aptitudes del amigo que acaba de morir.
-Veamos cómo se refiere a las pequeñas virtudes en el relato del mismo nombre: En relación con la educación de los hijos, pienso que se les debe enseñar, no las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia respecto al dinero; no la prudencia, sino el valor y el desprecio del peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor a la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber.
-A Inglaterra en Alabanza y menosprecio de Inglaterra: Inglaterra no es nunca vulgar. Es conformista, pero no vulgar. Siendo triste, no es nunca torpe. La vulgaridad nace de la torpeza y de la prepotencia. Nace también del capricho, de la fantasía. Los ingleses son un pueblo totalmente privado de cinismo.
-A su vocación en Mi oficio: Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero, en cualquier caso, historias; cosas en las que no entra la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía.
Estas últimas líneas me permiten presentar el segundo libro que he leído de Natalia Ginzburg, la novela Todos nuestros ayeres. Con la sobriedad que le caracteriza, sin algaradas culturales ni filosóficas, la escritora italiana cuenta la historia de dos familias de clase media acomodada antes, durante y después de la 2ª guerra mundial. Dicho así y teniendo en cuenta que el padre de Natalia Ginzburg era judío, que su marido, también judío, murió torturado en la cárcel y que ella, una mujer de izquierdas, siempre proclamó su antifascismo, podríamos esperar que en la novela destacase lo épico o lo dramático, sin embargo, los personajes, aunque realicen actos generosos y heroicos, como es el caso de Cenzo Rena, no suscitan una admiración especial, destacan más en ellos los defectos. Anna, el principal personaje femenino, recibe por parte de Cenzo Rena la calificación de “insecto”. Un insecto que va de un lado a otro sin entender demasiado lo que ocurre en una Italia triste y desasosegada por las circunstancias políticas y económicas que se viven.
Esa tristeza y ese desasosiego aumentan conforme avanza el libro y en la segunda parte Cenzo Rena y Anna se trasladan al pueblo del primero en la Italia profunda, a Borgo San Costanzo. Allí el hombre, cuando se pone triste, lleva a la chica a visitar los pueblos que hay alrededor del suyo y Natalia Ginzburg pone en su boca la descripción de los lugares visitados. Creo que es un buen final para que algún lector curioso se aproxime en Todos nuestros ayeres al modo de escribir y sentir de esta extraordinaria autora. Cenzo Rena le explicaba a Anna que aquellos no eran los pueblos más miserables, los verdaderamente miserables estaban más al Sur, pueblos de campesinos indigentes sin médico ni escuela ni farmacia. En Borgo San Costanzo había médico y escuela, pero el médico se desentendía de los enfermos y la maestra se desentendía de dar clase, con los años se iban volviendo cada vez más indiferentes y más cínicos y dejaban que el oficio se les pudriera entre las manos.