Desatendí el placentero trabajo que realizó en Opticks porque he estado varios días enferma. Mientras buscaba en la almohada un lugar confortable para apoyar mi dolorida cabeza, pensaba en todos esos genios de la literatura, la música, la pintura y el resto de las artes que, en condiciones extremas de enfermedad, persecución o miseria, fueron capaces de producir obras extraordinarias.
Quizá hoy debiera haber empezado el año hablando de uno de esos genios, lo dejaré para más adelante e iniciaré el 2016 con los tres últimos libros que he leído.

La novela, situada en la década de los años 50 en Madrid, gira alrededor del pretendido asesinato de Franco durante el desfile llamado “de la Victoria” por un anarquista que llega de Francia con ese propósito. Lo más destacable es la descripción del ambiente madrileño de posguerra. Lo menos, los personajes, entre el sainete y el folletín. Insisto, una curiosidad prescindible.

El eje argumental del relato son una serie de crímenes espeluznantes de mujeres que se van produciendo y que Camille descubre que responden a un patrón: han sido descritos en una novela negra generalmente clásica. Este descubrimiento impulsa al comandante a investigar asesinatos sin resolver, rodeado por su eficaz equipo de colaboradores, presionado por la prensa sensacionalista y las autoridades, y sintiéndose culpable de no dedicar a Irene todo el tiempo que ella precisa.
Sin duda ninguna Irene es una novela extraordinaria. Los personajes están analizados con profundidad y brillantez. La trama resulta original y el ritmo se mantiene desde el principio al final de la narración.
Un “pero” del todo personal (quizá porque mi enfermedad empezaba a manifestarse), sería la abundancia de violencia explícita en las detalladas descripciones de los asesinatos. Una violencia tal que sobrecoge a los mismos policías, que no acaban de entender cómo alguien puede ser capaz de planificar y ejecutar algo tan tremebundo y sanguinario.
Irene obtuvo el Premio Cognac a la mejor novela el año 2006. Estoy segura de que entusiasmará a los apasionados por el género

Podríamos explicar Lo que escucha la lluvia como un ejercicio de introspección de 115 páginas sobre la soledad y la identidad. Creo que el autor se autoanaliza de manera honesta, desde el niño que fue y que recuerda echando al agua un barquito que su padre construyó con un corcho, en el momento en que su madre grita para que vuelva a casa en la que el padre acaba de morir.
Después la adolescencia, la juventud y la madurez, observadas con pretendida objetividad en la distancia, teniendo siempre la soledad como asidero. La búsqueda de algo que no se encuentra, aun regresando una vez y otra a esa escena de infancia en la que quizá, o no, el grito de la madre hizo brotar el germen que impulsa al protagonista de Lo que escucha la lluvia a definirse como improbable en la primera página del libro.
Además de un ejercicio de introspección con el que el lector puede identificarse en muchos momentos, Lo que escucha la lluvia es una muestra de la mejor literatura. Nada sobra ni falta. Los párrafos del libro tienen en ocasiones tal profundidad y tal belleza, que te obligas a volver a leerlos para que su sonido y lo que dicen te penetre, llevándote a pensar y hasta a sentir que la mejor definición de ti mismo también podría ser la de improbable.