ESE PRÍNCIPE QUE FUI

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El primer libro que leí de Jordi Soler fue Diles que son cadáveres. El segundo se titula Ese príncipe que fui, y creo que comentarlo hoy, Día de la Hispanidad, aunque la reseña aparezca en Opticks mañana, resulta muy oportuno porque Jordi Soler es mejicano y el personaje central de este libro, Kiko Grau, desciende nada menos que del gran Moctezuma.
Tanto en Diles que son cadáveres como en Ese príncipe que fui, el autor alterna la realidad con la ficción en unas historias  en las que se mezclan la ironía, la crítica y el esperpento.
No obstante, las figuras centrales, en la obra que nos ocupa Federico de Grau Moctezuma y su hombre para todo Crispín, están tratadas con una especie de benevolencia que atrae la simpatía del lector, aun reconociendo que timan a la gente. Pero como los timados son seres ambiciosos y fatuos, piensas que les está bien empleado y terminas admirando la dignidad, no exenta de grandeza, con la que se comportan en el ocaso de sus vidas los poco escrupulosos timadores.
La historia que Jordi Soler nos cuenta en Ese príncipe que fui empieza en 1519, fecha en la que llega a Veracruz el capitán español don Juan de Grau, barón de Toloríu. Tras describir brevemente las intenciones del capitán en su viaje al nuevo continente y su entrada en Tenochtitlan, el autor se centra en lo que es origen de su relato: el encuentro de Juan de Grau con la princesa Xipaguazin, hija de Moctezuma; el regreso a Toloriu del capitán en compañía de la joven (no se sabe bien si de buen grado o a la fuerza), custodiada por un numeroso séquito de mejicanos, y la complicada estancia de la princesa entre las nieblas y las nieves del Pirineo catalán.
La leyenda de que Xipaguazin vino de Méjico con un fabuloso tesoro que enterró en Toloriu, conduce al escritor o a su alter ego a buscar tal tesoro. Al no encontrarlo, decide investigar todo lo relacionado con la princesa y sus descendientes, descubriendo que el último de éstos, Federico de Grau Moctezuma, Kiko Grau, vive en Méjico cerca de Veracruz.
A partir de aquí Jordi Soler se ocupa de la vida de Kiko Grau, que vamos conociendo en Veracruz y España por lo que le cuentan el mismo Kiko y su criado Crispín, y por sus propias averiguaciones.
Así sabemos que el padre de Kiko Grau era un empresario conservero importante. Que vivía en un palacete en el barrio de Pedralbes junto con su mujer, la señora Martínez. Que Kiko fue un niño mimado y espléndidamente atendido. Que estudió en Oxford. Que al morir su padre arruinado, regresó a España. Que cuando intentaba ahogar su frustración en whisky, cosa que acostumbrará a hacer muy a menudo, la lavandera de la casa y su hijo se presentan ante él confesándole que, al igual que ellos, desciende de los aztecas, pero en su caso de una princesa; por lo que le pertenece el título de Alteza Imperial
De esta forma, Federico Grau Martínez se convierte en Grau Moctezuma y aprovecha su nuevo estatus para, con la ayuda de Franco que veía en un descendiente de mejicanos ilustres la posibilidad de recomponer las maltrechas relaciones con Méjico, introducirse en la alta sociedad barcelonesa a la que tima de una forma bastante rocambolesca que dejo que descubra el lector. 
Mientras leía Ese príncipe que fui, pensaba en otro novelista que se aproxima a las cuestiones históricas y sociales de modo similar, se trata de Eduardo Mendoza. También él se vale de la ironía y el esperpento para bajarnos de los pedestales y poner al descubierto nuestras vergüenzas; pero tanto el escritor español como el mejicano lo hacen de manera tan inteligente y en apariencia desenfadada, que sólo reflexionando después sobre lo que has leído, alcanzas a entender la profunda crítica que contiene.
 
 

 

 

 

 

 

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