Día posterior a las elecciones y libro en Opticks para reflexionar sobre el presente con las luces que el pasado aporta. Se trata de El viajero del siglo, lo escribió Andrés Neuman, salió al mercado el año 2009 y fue Premio Alfaguara y Premio de la Crítica.
Para mí es un libro que enriquece al lector por el contenido y la forma. En él confluyen multitud de movimientos y estilos: romanticismo, barroco, clasicismo, vanguardias, novela policiaca y hasta ciencia ficción.
Gracias a las tertulias de un salón ilustrado, viajaremos por la Europa del siglo XIX: historia, política, religión, música, teatro, poesía…; lo que tal vez debiera conducirnos a conversar sin demasiado dogmatismo sobre la Europa del siglo XXI: nacionalismos, multiculturalismo, liberales y conservadores, izquierdas y derechas, unidad o división.
Y junto a todo ello, podremos disfrutar de la habilidad narrativa con la que Andrés Neuman ha tejido el relato. Valiéndose de múltiples recursos, que van desde el uso de la prosa poética en ciertas descripciones, a la creación de distintos ambientes según destaque en ellos el amor, la denuncia social, la compasión, el miedo, el humor, la rabia, la añoranza o la simple ternura; a la traducción y el recitado de poemas y la representación leída de obras de teatro.
Lo anterior y mucho más, que intentaré resumir en pocas líneas, está integrado de forma magistral en una historia que interesa y apasiona desde la primera a la última página: la historia de Hans, un enigmático viajero que llega a la igualmente enigmática ciudad alemana de Wandernburgo.
Wandernburgo es una ciudad imaginaria, el autor la sitúa entre Sajonia y Prusia, y está rodeada por murallas que le confieren un aspecto fantasmal y amenazante. Hans, que viaja solo en el carruaje de postas y trae en el equipaje un gran arcón, de bastante importancia en el relato, se aloja en una posada de similar aspecto al de la ciudad en la que no planea quedarse.
Sin embargo, van pasando los días y Wandernburgo parece retener al viajero, mediante cambios casi imperceptibles en el paisaje y un cúmulo de acontecimientos enlazados que impiden su partida.
Al permanecer en la ciudad, Hans va intimando con la familia del posadero, el señor Zeit, formada por su mujer y sus hijos Lisa y Thomas; con el viejo organillero que toca el organillo en la Plaza del Mercado y posee una sabiduría innata en comunión con la naturaleza y con su perro Franz; a los amigos del organillero: Lambertg, obrero en una fábrica textil, que servirá al autor para presentar los conflictos sociales y laborales que surgen en Europa tras la Revolución Industrial; y Reichardt, jornalero eventual en unos campos en los que las máquinas empiezan ya a sustituir a los humanos.
La condición de forastero de Hans lleva a las autoridades de la ciudad a invitarle a una recepción a la que asiste la alta sociedad wandernburguesa. En la recepción, el joven conoce al señor Gottileb que lo invita a su vez a tomar el té en la vivienda que comparte con su hija Sophie y varios criados.
Sophie es una joven ilustrada que gusta organizar en su casa reuniones en las que se debate sobre una gran cantidad de temas. Pronto Hans se incorpora a esas reuniones, demuestra sus conocimientos en todos los campos, se enamora de Sophie, ella le corresponde, aunque está prometida con un acaudalado heredero, y ambos viven en secreto, con la complicidad de la criada de Sophie, Elsa, un apasionado romance.
Mientras, en Wandernburgo se vienen produciendo una serie de ataques nocturnos a mujeres que la policía investiga con poco éxito hasta casi el final de la novela.
El viajero del siglo tiene 531 páginas y una densidad tal, que es muy complicado resumir todo lo que puede aportar al lector. Muchos de los personajes que aparecen son arquetípicos. Por ejemplo, Sophie representa la naciente emancipación femenina. El párroco Pigherzog el clericalismo más añejo. El profesor Mietter, gran erudito que acude a las tertulias, el conservadurismo absolutista. El español Álvaro, tertuliano también, el liberalismo nostálgico. El viejo organillero, la sabiduría popular. Hans la libertad de pensamiento y acción, la nobleza de espíritu, la curiosidad, las ganas de saber sin restricciones.
El desenlace de todo lo contado hasta ahora, deberá descubrirlo el posible lector. Mi consejo es que acojan a El viajero del siglo de Andrés Neuman como uno de esos libros especiales que enseñan, emocionan, divierten e impulsan a pensar y dialogar sobre el futuro y el presente, a la luz de lo que conocemos del pasado.