Para ayudarme a pasar unas vacaciones distraídas y sabiendo que algunas veces he visto en televisión la serie creada a partir de ellas, uno de mis hijos me regala las tres primeras novelas de Andrea Camilleri, publicadas entre 1994 y 1996, que tienen como protagonista al comisario Salvo Montalbano.
En el interesante prólogo que aparece en el libro que las incluye, Andrea Camilleri nos explica el proceso que le llevó a escribir una nóvela del género negro y a ponerle a su principal personaje el nombre de Montalbano.
Lo de atreverse con el género negro surgió a consecuencia de que todo lo que había escrito hasta el momento procedía de impulsos un tanto anárquicos que ajustaba en el momento de organizar la trama de la narración. Por ese motivo, suponía un reto lograr una estructura narrativa sólida sin saltos temporales ni lógicos. Una estructura que siguiera las reglas que, según un texto de Leonardo Sciascia, debe respetar un autor policiaco.
Asumido el reto, había que buscar un escenario adecuado en el que desarrollar el relato. De nuevo la idea se la dio un escritor: el relato se desarrolla en Sicilia para contradecir a Italo Calvino que consideraba imposible ambientar allí una novela negra.
También un escritor resultó determinante a la hora de elegir el nombre que debía darle al personaje principal: eligió Montalbano en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, afirmando que la novela de éste titulada El pianista le sirvió de orientación mientras escribía una de sus obras.
Tras explicarnos esto, el escritor italiano analiza cómo evoluciona, libro tras libro, el personaje central de la trama, ya que, tras el gran éxito obtenido por el primero, La forma del agua, y dadas las muchas peticiones de los lectores para que continuase la serie, no siendo ésa en principio su intención, tuvo que ir dotándolo de más entidad en el aspecto familiar, sentimental, psicológico, etc.
Esa evolución se aprecia fácilmente en la tercera de las tres novelas que contiene el libro, El ladrón de meriendas, en la que se nos habla de la infancia del comisario, aparece su padre y adquieren mayor importancia sus sentimientos, fobias y reacciones; algo que no encontramos en La forma del agua o en El perro de terracota, segunda de las novelas que protagoniza.
En lo que sí coinciden las tres es que en todas ellas el comisario Montalbano ha de resolver un asesinato, o varios, ayudado por su intuición policiaca y por algunos de sus colaboradores; también en la crítica de la corrupción política, administrativa y hasta policial que existe en Sicilia y, por supuesto, en el destacado papel de la mafia y el control que ejerce sobre gran parte de la sociedad siciliana. Aunque en este último apartado, Andrea Camilleri se muestra bastante prudente.
Y junto a la mafia, los asesinatos y la descarnada pintura de personajes y situaciones, suavizada con detalles de humor y ternura, resalta la figura de Salvo Montalbano: “Un hombre inteligente, fiel a su palabra, reacio a los heroísmos inútiles, culto, buen lector, que razona con sosiego y que carece de prejuicios”.
Además, y esto es común a todas las novelas negras que conozco, el protagonista disfruta de los placeres que proporciona la buena mesa y tiene la suerte de encontrar siempre personas expertas en cuestiones culinarias.
Mientras leía las citadas novelas, tuve ocasión de comentarlas con una joven italiana que nos visitaba esos días. Ella me explicó que Andrea Camilleri no exageraba en absoluto al hablar de corrupción en la isla de Sicilia, ilustró su explicación mostrándome en el móvil un puente inaugurado en las últimas semanas que se había partido por la mitad. Lo que me llevó a pensar que, dadas las circunstancias ambientales, al comisario Montalbano no va a faltarle trabajo durante mucho tiempo.