El libro En la orilla que le ha valido a Rafael Chirbes el Premio Nacional de Narrativa 2014 y el Premio Francisco Umbral a la mejor novela 2013, es una extensa (437 páginas) y desalentadora reflexión sobre la vida en general, tomando como punto central del argumento los problemas que la crisis de la construcción acarrea a Esteban, un carpintero de Olba.
“El primero en ver la carroña es Ahmed Ouallahi”. Así empieza En la orilla. De ahí en adelante podríamos decir que todo lo que nos presenta el autor valenciano tiene el aspecto y el olor de la carroña, de la podredumbre que esconden las mansas aguas del pantano. Todo, excepto la imagen de la infancia que evoca Esteban, el protagonista principal de la historia: la pesca en el pantano con el tío Antón, la visita a la feria también en compañía de éste, la ayuda que le prestaba para lograr que dominase el arte de la carpintería en el taller del padre que antes fue del abuelo.
Un padre que no olvida la cárcel en la que estuvo por republicano, las penalidades de la posguerra y el asesinato de su propio padre junto a las tapias del cementerio en la guerra civil.
Un padre que esperaba de Esteban algo distinto de lo que ha obtenido y que, quizá por eso o por la amargura que traen consigo los recuerdos, nunca tuvo con él un gesto de amabilidad o reconocimiento.
Un padre al que ahora con más de 90 años, impedido y ausente, Esteban debe cuidar en todos los aspectos, al no poder pagar a la mujer colombiana que se había ocupado de él hasta la llegada de la crisis.
Junto a la benévola imagen de la infancia, proporciona un respiro en el desastre la bella descripción del paisaje, cuando aún no había sido afectado por la especulación urbanística que llenó el horizonte de grúas y el aire de impaciencias.
Todos querían alcanzar en poco tiempo lo que sólo unos privilegiados disfrutaban: potentes y aparatosos automóviles, chalets de muchos metros, pantagruélicos banquetes, prostitutas de lujo, yates, drogas, viajes a lugares exóticos… Excesos acompañados de la más absoluta corrupción.
No se escapa ningún estamento social ni se deja fuera ninguno de aquellos llamados Pecados Capitales que nos hicieron aprender de niños: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza abundan en las páginas del libro, ofreciéndonos escenas inquietantes y, demasiadas veces, repulsivas.
En el universo creado por Rafael Chirbes, que él sitúa en su Valencia natal, reconocida sin esforzarse en absoluto, aunque cambie los nombres de los pueblos por Olba o por Misent, no caben ni la esperanza ni la compasión: “El hombre es un siniestro reproductor de sombras”, “No hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable”.
El estilo del escritor es sobrio y denso, los temas tratados en sus libros, al menos en los que yo he leído: La buena letra, Los viejos amigos, Crematorio y ahora En la orilla, no admiten florituras. Escribe con frases cortas y directas, utiliza poco el punto y aparte, escasean los diálogos.
En esta última novela, En la orilla, alterna la primera persona y la tercera. Las reflexiones y recuerdos de Esteban, que ocupan la mayor parte del libro, se acompañan y diferencian, mediante la utilización de cursiva, de lo que cuentan otras personas. Entre ellas algunas que se ha visto obligado a despedir por culpa de la crisis (le han embargado todo lo que posee, al actuar como avalista de un promotor inmobiliario que ha desaparecido dejando a mucha gente en la ruina). Las aportaciones de esas personas siguen la línea amarga del relato.
Resumiendo, En la orilla es uno de esos libros bien escritos que abruma y desalienta por la crudeza y el realismo con los que el autor, Rafael Chirbes, expresa lo que piensa y siente.
Creo que no es una obra aconsejable para que la lean posibles turistas.